domingo, 29 de agosto de 2010

El oficio (literario) de Kafka 29-agosto-2010.

Domingo 29 de agosto, 2010.

Domingo por la mañana. Es la primera vez que me invaden ciertos recuerdos de los domingos en la mañana allá en Oaxaca en los años sesenta. Había que ir a misa. Luego, con más años, a la obligada doctrina para preparar la primera comunión. Las misas eran estrictas, exageradamente disciplinarias. Cierto que los niños éramos bastante traviesos, pero de todos modos las monjas no nos dejaban respirar. Ya más grandes, escapándonos de la misa, nos íbamos a la matiné en los cines. Estos recuerdos del cine dominical son medio proustianos: los recuerdo más bien por los olores a palomitas, a calles mojadas luego de que las regaban, algo de comida de los puestos callejeros; a ello se agrega el recuerdo, muy intenso, de salir del cine y enfrentarse a la luminosidad de la mañana soleada en Oaxaca, una sensación muy singular e irrepetible con el tiempo, aunque recurrente cada domingo. Y recordar, con mayor precisión, las películas en blanco y negro, porque era diferente el efecto visual de las de color. Me encantaban las películas de vampiros y las de ciencia ficción con temática espacial, los monstruos extraterrestres que nos impactaban en la niñez. En este momento recuerdo el dato de memoria de Stephen King de que la película El día que la tierra se detuvo, de 1951, que narraba la llegada a la Tierra de un monstruo. King, claro, le dio un sesgo ideológico en los Estados Unidos porque era la amenaza de una invasión soviética. Hubo un remarke bastante malo con Keanu Reeves en 2008 que no pudo ser levanto ni con la belleza de Jennifer Conally. En la niñez nos asustaban los monstruos sólo por serlo, sin nociones ideológicas.

Bueno, ésos eran otros domingos de hace muchos años. En estos tiempos he ido pocas veces al cine domingo al mediodía y nunca he sentido lo de Oaxaca. Ni modo. Por cierto hay otros dos detalles. En el cine tomábamos Luckys, refrescos en vasos de cartón de la Pepsi Cola --tenía la exclusividad en los cines-- y mucho hielo frapé. Era todo. Pero en ningún otro estado del país los he visto. Y también comíamos bolis --con el error al pluralizar sin la ie, pero ni modo-, que eran bolsitas digamos tamaño lápiz, alargadas, con hielo saborizado artificialmente. He visto algo similar en algunas plazas, pero, claro, con un sabor diferente, y aquí sin la ayuda de Proust.

Ha sido una larga introducción para ilustrar la mañana del domingo. Visita a la librería Gandhi del Sur. Y la lista de compras, ahora sí, bastante buena: la novela Nieve sobre Oaxaca, de mi paisano Gerardo de la Torre --a quien debo de llamarle para una reunión pospuesta--, de tinte policiaco; pocas páginas que me permitirán leerla hoy. Luego otro libro de cartas de Julio Cortázar; me parece una exageración estar desempolvando el libro cachivaches de Cortázar para seguirle publicando. Dos libros de cuentos que no deben faltar: Cuentos completos, de Thomas Mann, y Carnaval y otros cuentos, de Isak Dinesen. Mann no fue un cuentista --sigo deslumbrado con Los Buddenbrook--, pero los textos son bastante buenos. Y de Dinesen sólo había leído su deslumbrante novela sobre Africa. Aunque tenía una edición de Emecé --pero mal pegada en el lomo y de difícil lectura--, recompré El fantasma de Harolt, la novela de la CIA de Norman Mailer, ahora en Anagrama; había revisado algunas partes del texto por apuntes que estoy haciendo sobre la CIA, así que me viene muy bien la nueva edición.

Y dos libros de conocidos: Las mujeres del alba, de Carlos Montemayor, que narra la parte femenina de la guerrilla 23 de Septiembre que asaltó el cuartel Madera tratando de emular el inicio guerrillero de la Revolución Cubana. Montemayor fue un poeta de estilo pulcro en la prosa, pero su zaga sobre la guerrilla sólo me quedo con Guerra en el paraíso, que en algunas conferencias cito como “novela de no ficción” similar a A sangre fría, de Truman Capote. Las mujeres del alba completa el libro Las armas del alba, sobre los guerrilleros hombres. No sé si tenga algo en especial promover el texto de Montemayor como “la novela póstuma”; creo que a él no le hubiera gustado sacar raja de su fallecimiento. Pero, bueno, es cosa de los editores. Conocí a Montemayor hace bastantes años en una comida en casa del poeta Alí Chumacero a la que me había invitado Guadalupe Pineda. Fue en el 2000, porque yo había ido a un mitin en el zócalo en la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Montemayor y yo salimos juntos, él no tenía auto, y lo llevé a su casa en el sur de la ciudad. Platicamos a gusto. Luego ya no nos volvimos a ver pero una citó una columna mía, a propósito de la desaparición de los guerrilleros del EPR en Oaxaca en 2007. Lamenté su muerte.

El otro es un libro de nota periodística: Paulette. Lo que no se dijo, del periodista Martín Moreno. Martín es muy animado, siempre en movimiento, lector de otras columnas políticas, él mismo columnista en Excelsior. En lugar de su libreta de anotaciones su arma periodística es la grabadora. Conoce la vida política de Carlos Salinas como pocas, y lo sé por una larga entrevista que me hizo a propósito de la aparición de mi libro sobre Salinas el año pasado. Apenas he ojeado el libro sobre Paulette, el caso de la menor presuntamente desaparecida en el Estado de México y milagrosamente aparecida --aunque sin vida-- al pie de su cama en su habitación que había sido revisada minuciosamente por peritos judiciales. Martín se presenta como un extraordinario reportero policiaco, como los de antes, a algunos de los que conocí en mis inicios de reportero a comienzos de los setenta, todos ellos trabajando en el periódico La Prensa, y varios nos encontrábamos cada año en la comida de santo que hacía Manuel Buendía, también reportero de policía en La Prensa, en su casa en la colonia Lindavista. Martín trata de completar el rompecabezas del caso Paulette. Puede leerse casi como novela policiaca. Y como buena novela negra, no tiene final sino enigmas. Apenas revisé algunas páginas y creo que es un buen trabajo periodístico. En la semana le voy a llamar a Martín para que me cuente la trama secreta detrás del caso Paulette.

Al revisar estas notas me saltó la queja sobre el libro de Cortázar. Soy el menos indicado, ciertamente. Lo conocí una sola vez. En 1979 la revista Proceso realizó un concurso sobre novela y los jurados fueron escritores de fama. La reunión final para dar al ganador hubo una concentración de jurados en Cocoyoc, Morelos. Yo entonces era reportero de Proceso y me tocó entrevistar a Gabriel García Márquez y a Julio Cortázar. Yo ya había entrevistado a García Márquez pero la entrevista no me salió y sé que no le gustó; al encontrarme con él me lo dijo pero le dio vuelta a la hoja y le hice una entrevista a tono con el concurso. La de Cortázar fue otra cosa. Yo era, desde entonces, admirador del argentino. Admiraba sus novelas pero me gustaban más sus textos periodísticos. El tema del concurso era sobre el militarismo en América Latina y mi última pregunta lo sacó de balance: “¿cómo comenzaría usted un cuento sobre militarismo en América Latina?” Mi miró sorprendido, titubeó. Y me dijo: no se me ocurre nada. Pero le prometo que en cuanto lo tenga se lo envío por correo. Como el coronel de García Márquez, me quedé esperando la carta. Aunque, eso sí, escribí un cuento sobre esa anécdota.

Bueno, pues yo ya he leído casi todo de Cortázar. Inclusive, años después, hace como unos seis años, publiqué un largo análisis político de Cortázar con un título que era una provocación: “Cortázar, el escritor que castró la Revolución Cubana”. Para ese texto largo me sirvieron los tres volúmenes de cartas que publicó Alfaguara. Pero no me gustó el libro de retazos Papeles inesperados sobre cierta obra dispersa, sin orden ni coherencia, que publicó alfaguara en el 2009. Por eso este nuevo libro de cartas no me da buena espina, pero igual lo compré para poder criticarlo con razones. Y si llega a gustarme, no me dará pena desdecirme. Pero queda el Cortázar de la obra mayúscula: Rayuela, 62 modelo para armar (que le valió la primera reprimenda de la Revolución Cubana) y sus libros de cuenta de su primera etapa, entre ellos El Perseguidor y Bestiario. Y hay ediciones especiales de sus dos libros-miscelánea: La vuelta al día en ochenta mundos y Último round. Creo que Cortázar es el escritor con la mejor prosa en América Latina, por encima de García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y hasta Alejo Carpentier. Pero, claro, todo es cuestión de gustos. Recomiendo sobremanera sus libros-miscelánea.

En este contexto coloco mis objeciones a lo que se publica de Cortázar que tiene que ver con cajones empolvados. Me parece mejor la reedición de sus obras.

En fin. un domingo productivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario