lunes, 1 de agosto de 2011

1-agosto, 2012, Lunes.

Diario Político 2012

Por Carlos Ramírez





Lunes 1 de agosto, 2011.



Noticias de ocho columnas de los diarios:

El Universal

36 mmdp, gasto de los partidos en once años. Costo total de actividades electorales: 117 mil mdp

Reforma

Tiene Ebrard destape ‘light’. Oficializa aspiración presidencial con discurso moderado

Milenio

Las huestes de Ebrard y AMLO rompen tregua. Van con todo por la candidatura de las izquierdas a la Presidencia

Excélsior

Ebrard: nosotros sí respetamos la ley. “Queremos actuar por vías pacíficas”

La Jornada

Cede Obama ante republicanos para superar la crisis. Recortar programas sociales y no subir impuestos a ricos, condiciones

La Crónica de Hoy

Obama anuncia acuerdo que evita quiebra de EU. Firman líderes republicano y demócrata pacto para recortar el gasto público en un billón de dólares

El Sol de México

Anuncia Obama un acuerdo para evitar moratoria. Asegura el Presidente que se evitó un efecto devastador en la economía

El Financiero

EU frena la catástrofe; subirá tope de deuda. Pasará a 16.4 bdd; el acuerdo aún debe aprobarlo el Congreso

El Economista

EU desactiva bomba en el último minuto. Congresistas alcanzan preacuerdo, pero no es satisfactorio: Obama

La Razón

Ebrard da tímido paso ante AMLO. Lanza “demócratas de izquierda”

Ovaciones

Hermana de FCH va por Michoacán. Eligen a Cocoa candidata del PAN



El tema del día es la derrota del presidente Barack Obama en la negociación del nuevo techo de la deuda. Obama quería más deuda sin afectar políticas sociales ni impuestos, pero los republicanos ganaron al obligarlo a recortes y compromisos de no aumentar impuestos a los sectores altos. De hecho, el conflicto surgió por la politización del conflicto, pero de los dos lados.

Obama tuvo que reconocer que su política anticrisis fracasó, que inyectó 3 billones de dólares sin obtener a cambio ni actividad económica, ni PIB, ni empleo. Los republicanos vieron ahí el punto débil. El fondo estuvo en las presidenciales del 2012.

Las cosas le salieron mal a Obama: quiso azuzar a los twitteros, pero perdió casi 40 mil seguidores; y la popularidad le bajó 7 puntos para colocarlo por debajo de la línea de flotación de 50% de aceptación. En realidad, la sociedad de los pobres le pasó la factura a Obama: fue votado por la mayoría silenciosa para beneficiar a los pobres y se dedicó a salvar a las corporaciones.

Una explicación más amplia la di en mi columna de hoy:

INDICADOR POLITICO

+ Obama: fracaso y coffee party

+ Crisis de capitalismo codicioso

Como si fuera un priísta típico, Barack Obama y sus seguidores acaban de abrir el primer sobre de la tradición sucesoria: “échale la culpa a tu antecesor”. Sin embargo, el escenario de pánico en los EU establece que la responsabilidad de la burbuja de la deuda es del presidente actual.

En el primer periodo que termina a finales de 2012, Obama habrá aumentado la deuda en cuatro años en 6.6 billones de dólares, contra 4.3 de Bush en ocho años y 1.6 de William Clinton en sus dos periodos. La tendencia del endeudamiento llegaría en el 2016 a un estimado de aumento de deuda de casi 11 billones si acaso Obama se reelige, un disptaro de 110%sobre Bush y de 370% sobre Clinton.

Como populista al estilo priísta, la política económica de Obama se redujo a aumentar el circulante y vivir de prestado pata atender la crisis que heredó de Bush pero que quiso resolver a base de billetazos para no cambiar la esencia del factor que detonó el colapso de 2008-2009: la codicia. Sin aumentar el ingreso, Obama destinó 3 mil millones de dólares para subsidiar compra de autos, destinó 700 mil millones de dólares para salvar a los bancos de las deudas basura, 165 mil millones sólo a ocho bancos --entre ellos a Goldman, cuya codicia estalló el colapso--, 200 mil millones a cubrir hipotecas insalvables y 300 mil millones a recompra de valores del Tesoro que --ahora se ve-- no valen nada.

Obama se encuentra casi en el mismo escenario de México en 1994-1995: una devaluación contenida por Carlos Salinas le estalló a Zedillo y el dilema no fue fácil: salvar a los usuarios de la banca o salvar a los bancos; Zedillo optó por salvar a los bancos, subió tasas de interés e inyectó recursos públicos comprando deudas basura, pero a costa de empobrecer hasta la fecha a millones de mexicanos; salvar a los deudores de la banca no fue opción. Hoy Obama está en las mismas: salvó a las empresas del capitalismo pero quedó ahorcado con las deudas. Hoy quiere que el Congreso de mayoría republicana le saque las castañas del fuego y, sobre todo, le salve su reelección.

La política de salvamento de la crisis de Obama fue populista: carretadas de dinero a los bancos e hipotecarias para estabilizar sus especulaciones, pero la economía popular no se dinamizó y el desempleo sigue creciendo. La racionalidad económica aconseja no seguir echando dinero bueno al malo, llevar a los EU a una reordenación responsable de finanzas, reconocer que el capitalismo atraviesa por una crisis general similar a la de finales de los sesenta y principios de los setenta y olvidarse de la reelección.

El gasto público siempre ha sido una buena salvación, pero necesita de una racionalidad política. En 1971 el presidente Echeverría tuvo razón en revelar el mito del milagro económico y social mexicano del desarrollo estabilizador y difundir que había un grave y peligroso rezago social; sólo que aumentó el gasto sin atender los ingresos y el déficit presupuestal se tapó con deuda hasta que estalló la crisis; López Portillo hizo lo mismo aunque amparado con el petróleo. Pero las crisis de 1976 y 1982 fueron hijas de la misma doctrina económica: atender lo social sin resolver lo fiscal.

Obama le apostó a la reactivación de la economía y perdió la apuesta. Hoy quiere que en el casino financiero le aumenten el crédito para las apuestas para seguir jugando aunque sin garantizar el pago. Ello quiere decir que objetivamente no existe una disputa de proyecto ideológico en la economía: Obama quiere seguir apostando sin saber si va a ganar o a perder y los republicanos se niegan a otorgarle fondos si antes no garantiza la viabilidad.

El verdadero debate en los EU, por tanto, no es del héroe Obama contra los malos del Tea Party sino de redefinición de la política económica del capitalismo codicioso en colapso. Si Obama aceptó el costo del desempleo como parte de la factura social, entonces debió de haber pagado el costo de la quiebra de bancos y especuladoras; pero a pesar de haber sido financiado en su campaña por la sociedad no propietaria, al final de cuentas Obama salvó al capitalismo codicioso de los bancos, las hipotecarias, las automotrices, cuyos directivos, por cierto, reanudaron sus multimillonarios beneficios en bonos personales pero con cargo al dinero de salvamento. Al permitir esos excesos y salvar a los accionistas y no a los usuarios financieros, Obama carece hoy de autoridad moral para invocar que quieren dañar a los pobres.

El tema de la deuda ha sido distorsionado: Bush padre dejó la deuda en 4 billones, Clinton la llevó a 5.6 billones de dólares; Bush hijo la subió a 9.9 billones, Obama la dejará en el 2012 en 16.6 billones y se prevé que llegue a 20.8 billones en el 2016 si Obama se reelige (www.whitehouse.gov/omb/budget/Historicals). Bush hijo bajó el costo de la deuda de 60% a 38% y Obama la volvió a subir a 60%.

Los más preocupados por la falta de arreglo en materia de deuda son justamente los que causaron la crisis y que fueron rescatados con dinero fiscal: la semana pasada la empresa Goldman alertó de un “apocalipsis” sin acuerdo, claro que porque perdería beneficios.

En el fondo, Obama quiere salvar al capitalismo de las corporaciones y de la codicia con el dinero de la deuda. Las cifras hablan de un desempleo de casi 10%, de aumento de la delincuencia por esa razón, de un empobrecimiento de los más pobres. El concepto de Estado social de Obama es indirecto: crecimiento económico por apoyo a las corporaciones y empleo aunque sea de vendedor de hamburguesas, como lo hizo Clinton en sus dos periodos.

Pero en lugar de un debate de fondo sobre la crisis, las discusiones se han polarizado entre buenos (Obama) y malos (republicanos). Al Tea Party ya le salió el Coffee Party de los defensores del populismo demócrata, quienes quieren salvar a Obama con más deuda y sin reformas, mientras aplaudieron la imposición de un  duro programa de ajuste antisocial a Grecia y Portugal por los mismos excesos de Obama.

Pero la batalla real se da en las calles. Según promedio de las encuestas, la gente ya le bajó la aprobación a Obama de 52.5% a 44.6%, de acuerdo al conteo de Real Clear Politics, y sigue en picada.



Sobre el tema habla el economista Bendesky en La Jornada:

Estados Unidos: del dilema financiero al político

León Bendesky

La Jornada.

Hubo un tiempo en que Winston Churchill pudo decir que: Siempre se puede contar con que los americanos hagan lo correcto, después de que hayan tratado todo lo demás. Hoy, el entorno es muy diferente y la crisis política en Estados Unidos, desatada por el endeudamiento y el déficit fiscal, apunta a un resultado bastante negativo.

La disputa en el Congreso para legislar un alza al tope del endeudamiento arrastró al gobierno de Obama que, a pesar de haber hecho grandes concesiones a los republicanos, no consiguió un compromiso razonable. En cambio mostró una inclinación mucho más conservadora de lo que quienes lo eligieron en 2008 supusieron entonces.

La deuda es enorme en términos absolutos (14.3 billones de dólares) y en términos relativos (95 por ciento del producto de esa economía). Pero no es Grecia. El gobierno de Washington puede contratar deuda para pagar y disfruta aun del enorme privilegio que es el dólar, que funciona como dinero mundial.

La situación actual proviene del gobierno de G. W. Bush, que desde su inicio en el año 2000 –cuando había un superávit de 4 por ciento heredado de Clinton– y hasta su fin en 2008, acrecentó el déficit con respecto al producto a más de10 por ciento. Hoy llega a alrededor de 12 por ciento.

La cuentas no son muy complicadas: en esos ocho años se redujeron los impuestos, especialmente a los estratos de ingresos más altos; se postergó el arreglo de los sistemas de salud; se incrementaron los gastos de guerra luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001, y se intervino masivamente con fondos públicos en la gran crisis financiera de 2008.

Los republicanos parecen tener amnesia política y, así, se confunde lo que quieren hacer pasar por una defensa de los principios ultraliberales que sostienen para no llegar a un acuerdo político. Ese dilema es falso y los representantes de la facción del Tea Party en el Congreso actúan con fundamentalismo ramplón.

Hay diversas versiones de esta postura que tiene un contenido moral muy sospechoso. Una de ellas sostiene que no se debe vivir más allá de los recursos que se tienen. La base religiosa del movimiento que secuestró al partido republicano y que va por todo, lleva a proponer que se merecen, por ejemplo, que las calificadoras de la deuda degraden la calidad de los bonos del Tesoro.

Se lo merecen, según ellos, por los excesos del gobierno que interfiere con las libertades individuales. La redención mística que tratan de imponer los libertarios de extrema derecha es un consuelo verdaderamente pobre.

Es significativo que este mismo tratamiento del problema financiero, político e ideológico se de abiertamente en la cadena televisiva FOX, del grupo de medios de Rupert Murdoch, hoy ampliamente cuestionado por sus métodos y que es muy afín a las propuestas libertarias de la derecha extrema, pues es un buen negocio.

Hay un aspecto práctico de la crisis de la deuda en Estados Unidos. La quiebra del gobierno castigará sobre todo a aquellos que en los últimos quince años se han rezagado mayoritariamente en la distribución del ingreso. Ahí se concentra la mayor parte de los gastos sociales del gobierno. Igual ocurrirá con los pensionados cuyos fondos están invertidos en la deuda pública.

Pero afectará a muchos más, puesto que cancelará las magras posibilidades de una recuperación económica en ese país. Los últimos datos oficiales ya revisados indican que el crecimiento fue menor al antes anunciado desde 2008 y hasta el segundo trimestre de este año.

El capitalismo al que se ha apodado como financierizado se ha ido gestando desde hace 30 años, lo que hoy ocurre no es una sorpresa, y sus repercusiones se han ido acelerando notoriamente en la última década. La disputa abierta en Estados Unidos no sólo ha exhibido la mediocridad de los políticos y los legisladores, como también ha ocurrido en Europa en el marco de la crisis del euro. Pone en evidencia la disfuncionalidad de un sistema en el que la riqueza financiera supera a la que se crea en la producción y mediante la generación de empleos e ingresos. De ahí proviene, finalmente, buen parte del financiamiento público.

Esto no se resuelve en el campo de la mera ideología. Tampoco se solventa con medidas de corto plazo y una mala mezcla de deuda, impuestos y recortes del gasto. En este sentido la responsabilidad del gobierno y los legisladores estadunidenses rebasa el espacio geográfico de su país.

Una nueva crisis financiera y económica, aunada a la de 2008, tendrá efectos muy adversos en todas partes, en especial en México. Esta afectará el valor de las reservas internacionales, el valor del peso, las tasas de interés y el crecimiento de los precios. Serán peores las condiciones de trabajo de la mayor parte de las empresas y las posibilidades de crear empleo.

Aunque se llegue a un arreglo para superar el impago de la deuda de Estados Unidos, quedarán pendientes las medidas para reducirla junto con el déficit fiscal. En unos meses o cuando mucho luego de las elecciones de 2012 se enfrentará otra crisis que no será aislada, pues la de Europa sigue viva.

Las condiciones en que se desenvuelve el capitalismo global son altamente conflictivas y no se solventan sólo con medidas de corte financiero: deuda y déficit. Eso parece que sólo puede llevar a crecientes confrontaciones en un entorno cada vez más frágil por todas partes y que quebranta incluso la supervivencia física de muchas personas.

El déficit real es político. Y no sólo en Estados Unidos, sino por todas partes. Un líder como Obama debería forzar acuerdos parciales inevitables de manera práctica e inmediata junto con una convocatoria para rearmar el sistema financiero internacional y definir el papel de los países más avanzados de los que se llaman emergentes y sin excluir a los que siguen en el margen. No parece haber disposición alguna para emprender esa ruta. Es inevitable la siguiente crisis.

Renovar la capacidad de crecimiento global es impostergable, so pena de una enfrentamiento cada vez más grande de corte nacionalista que se asoma por todas partes.



La nota del día: Reforma publica la encuesta de calificación del presidente Calderón y registra un repunte: de diciembre pasado a finales de julio subió de 52% a 63%. Los tres temas más sensibles --desempleo, seguridad y sucesión-- no parecen haber dañado la figura presidencial.



En el PRI comenzó la rebatinga del comité en el DF. Se prevén golpes de todo tipo. Durante diez años los priístas dejaron la estructura capitalina al garete y al cuarto para las doce se le ocurre abrir una elección democrática. Pero más que la oficina capitalina, dos temas van a decidir: la candidatura presidencial y la candidatura a jefe de gobierno, las dos por cierto articuladas.



En la oposición siguen los acomodos. Ayer domingo Marcelo Ebrard mostró a la tribu de tribus, “Demócratas de izquierda”, como su aparato electoral para el 2012. Claro, son  los mismos. Pero fue una respuesta de Ebrard al madruguete que dio López Obrador al obligar al PT a destaparlo y a Convergencia a cambiar de nombre por Movimiento Ciudadano, por cierto dos de las tres formaciones del Grupo DIA, Diálogo Nacional. Estos movimientos señalan que ya se quebró el Frente Amplio del pasado y que el PRD queda al garete, ya sin el jalón de masas que le había dado López Obrador.

Por tanto, para el 2012 las cosas se están aclarando en el grupo neopopulista: Ebrard iría por el PRD y López Obrador por PT y PMC. Y por los ánimos de los dos líderes, no hay posibilidad de que alguno de los dos ceda. Por tanto, la elección podría estar entre el PAN y el PRI.

Ebrard se está posicionando, pero en medios y con mensajes equivocados. Hoy circuló la revista Quién y en su portada viene el nuevo noviazgo de Ebrard, ahora con la ex embajadora de Honduras --que si mal no recuerdo era la novia del presidente Zelaya, el derrocado--. Sin embargo, el efecto fue mucho menor al de la boda de Peña Nieto. Ebrard no entiende aún los resortes mediáticos, pero está desesperado por encontrar algunas formas de jalar la atención nacional de los medios. Lo malo es que a veces los mensajes provocan reacciones contrarias. Ya comenzaron las preocupaciones por la inestabilidad emocional de Ebrard, sus dos matrimonios anteriores, su decisión de encontrar una esposa para el 2012.

Por lo pronto, ya comenzaron las malas vibras. Algunos se preguntan dónde quedaron los regalos de su boda, en el 2008, con la actriz Mariagna Pratts, y aquella televisión de plasma que tanto desearon los dos en la mesa de regalos de El Palacio de Hierro. Ahora los interesados en la política del DF tendrán que desembolsar otro regalo… A ver cuánto dura.



Y aparecieron ya los indicios de una ruptura severa en el SME: hoy Jorge Sánchez, ex secretario general del sindicato, publica un desplegado en Milenio e informa que Martín Esparza ya no representa al SME. Sánchez encabeza un movimiento de ex secretarios generales del sindicato, lo que exhibe ya la lucha interna no por el poder sino por los recursos millonarios de la organización. Lo grave para Esparza es que se trata de un movimiento interno.



Y como nota sentida, la muerte del escritor Eliseo Alberto, nacido en Cuba expulsado por Fidel Castro debido a sus opiniones críticas y naturalizado mexicano. Su último texto, vinculado a su enfermedad con el riñón, fue publicado en Milenio y vale la pena leerlo. Aquí lo transcribo:



Eso que llaman amor para vivir

Eliseo Alberto

2011-08-01

Honrar, honra.
José Martí

Para Ale

Hoy quisiera escribir sin la emoción que siempre provoca la gratitud para así (lúcido, objetivo, honrado en la martiana interpretación de la palabra) poderles contar una historia que me tocó vivir a lo largo y hondo de treinta horas de fe, mil ochocientos minutos de esperanzas, ciento ocho mil segundos de caridad. Todo empezó, sin que yo lo supiera entonces, en el mes de octubre de un 2004 insoportablemente aciago, cuando un niño de tres años de edad llamado Ale Alverde Castro renació poco antes de su entierro en otros seis inocentes. Luis y Adriana, sus padres, de seguro tuvieron que hacer acopio de amor y de coraje al momento de enfrentar una encrucijada en la que jamás habían pensado porque hay preguntas demasiado tristes que uno prefiere no cuestionarse por justo miedo a su respuesta. Seguros de la justicia del Dios en quien creían y de la entereza profesional de los doctores que habían luchado por salvar al pequeño, aunque nunca resignados a su prematura ausencia, los devastados miembros de la familia Alverde-Castro, todos, aceptaron donar los órganos de Ale sin otro consuelo que el de hacer bien a un semejante.

Hoy, que he vivido una experiencia singularísima, desde el lado también angustioso de uno de los 7 mil 776 enfermos de insuficiencia renal crónica que esperamos en México por la generosidad de una donación, por cortesía viva o cadavérica, puedo imaginar aquella intensa batalla contra reloj, la movilización de seis equipos de cirujanos, anestesistas, laboratoristas, especialistas, enfermeras, trabajadoras sociales, camilleros, pacientes compatibles, familiares y ángeles de la guarda de unos quince candidatos, entregados a la urgente tarea de ganarle, si no la guerra, una batalla a La Muerte, esa Señora tan astuta que, de mil personas que se lleva con Ella, sólo una se le revira y cede sus órganos con nobleza extrema. La balanza de las apuestas no baja de millar a uno, y así resulta muy difícil derrotarla. Y aquel octubre aciago la vida ganó, gracias a Ale. Pocos meses después, en Los Mochis, Sinaloa, se fundaba la Asociación ALE, organización social sin fines de lucro que desde su origen hasta el sol de este jueves de julio ha apoyado el trasplante, ya felizmente realizado, de unos quinientos pacientes —trescientos de ellos con insuficiencia renal crónica, tercera causa de muerte en hospitales de México, según datos públicos del Centro Nacional de Trasplantes. A otros tantos, Ale no nos permite perder una ilusión que, sin el apoyo de la Seguridad Social y otros grupos filantrópicos de real y venerada misericordia, sería con suerte un bonito delirio por no decir una última quimera: el desesperado sueño de seguir vivos.

Yo sé bien lo que les digo: es “eso que llaman amor para vivir”, como cantó Pablo Milanés. Les cuento. El sábado pasado, a la noche, recibí una llamada telefónica de alarma y el domingo, en ayunas, un segundo y tercer timbrazo me advirtió que la hora había llegado, después de tres años de espera. Debía presentarme de urgencia en el Hospital General de México con todos los documentos en regla —más la totalidad de mis fantasías a la mano, pues soy de los tercos que aún creen que sólo la poesía explica los milagros. Una familia bondadosa había aceptado donar los órganos de un pariente en situación terminal, y yo era uno de los siete u ocho candidatos a recibir alguno de sus dos riñones.

Poco a poco, uno a uno, fuimos llegando y rápido nos empezamos a conocer de otra manera, a pecho abierto, pues en situaciones extremas no hay derecho a la envidia o la rivalidad —menos a la codicia. Cada cual veníamos acompañado por un familiar sonriente, solícito e incansable, y cargábamos con algún talismán para la suerte, oculto a buen resguardo en la camisa o la blusa. Como nunca olvido que soy padre, habanero y supersticioso, yo me apreté el pantalón con un cinto de mi difunto padre (recurso reservado para momentos especiales) y llevé un retrato tamaño pasaporte de mi hija María José en el bolsillo superior izquierdo de la guayabera, el más cercano al corazón. Ella y su madre, María del Carmen, se ocuparon del obligatorio papeleo administrativo y yo me quedé observando desde un rincón los diligentes desplazamientos de una tropa de médicos, técnicos y enfermeras que iban y venían por un hospital tan extenso que, además de doctores en medicina, los obliga a ser también maratonistas.

Yo los vi. Revoloteaban. El doctor Héctor Diliz, cirujano jefe de la Unidad de Trasplantes, estaba al tanto de los más mínimos detalles, desde aprobar las camas donde habrían de internarnos hasta buscar en los almacenes las batas reglamentarias para entrar en quirófano. Al mediodía nos vimos un par de veces, desde lejos, porque él actuaba en muchas partes al mismo tiempo, multiplicado, y de cada rincón del Hospital General regresaba con un problema menos, con una solución más. Al aparecer y desaparecer, corriendo de un lado a otro, me sentí tranquilo por la simple razón de que si el doctor Diliz seguía aquí, allá, ahí, sus pacientes no teníamos nada razonable que temer. Es exigente, minucioso, perfeccionista. Luego vi al doctor Juan José Platas que caminaba sin mirar donde pisaba, atento sobre la marcha a los claroscuros de una placa de abdomen, mientras nos saludaba a todos por nuestros nombres sin mirarnos, como si nos reconociera por los olores de nuestros respectivos sustos. El experto cirujano sudaba. Ahora leía el jeroglífico de un electrocardiograma; después, un cifrado de laboratorio. El doctor respiraba profundo. Platas es de oro.

Y vi a la delgadita Mónica, la enfermera que ama los poemas de Benedetti. Llegó veloz y lista para la pelea (¿lo hizo en patines?), sin importarle un rábano haber tenido que suspender su merecidísimo descanso de fin de semana. Vestía con orgullo su inmaculado uniforme aún húmedo, pues ni tiempo le había dado para plancharlo en casa. Bailaba al colocar los sueros en los ganchos. Bailaba al pincharnos las venas. Mónica bailaba. Vi al doctor Alejandro Luque, joven internista, pendiente de las pruebas finales de compatibilidad sanguínea, como campeón de tenis que juega en varias canchas a la vez y en todas responde los pelotazos de La Muerte disfrazada de traicionera diabetes o de enemiga anemia o de fumadora empedernida. Y vi al doctor Luis García, cirujano, que ese domingo sólo lamentaba perderse sus boletos comprados para asistir a la final del campeonato mundial de futbol; sin embargo, como es hombre que lo sabe casi todo sobre las cosas simples de la vida, que son las realmente hermosas, se atrevió a pronosticar en voz alta que México vencería a Uruguay 2 riñones por 0.

La doctora Alejandra Cicero, cirujana, tiene que ser una muchacha muy bella porque aun en ropa de quirófano se veía luminosa. Estaba tan contenta con el giro que habían dado los acontecimientos que alguien no informado de lo que allí sucedía pudo suponer que ella iba a asistir esa noche a una fiesta de disfraces y no a un salón de operaciones donde habría de decidirse el destino de dos pacientes graves, tras unas cinco o seis horas de combate cuerpo a cuerpo. Sólo he visto esa expresión de alegría en el rostro de la madre de mi hija la tarde que iba a parirla, es decir, la tarde que iba por fin a conocerla. No sé cómo decirlo: Alejandra estaba maternal, radiante. Diosa.

El doctor Héctor Hinojosa, nefrólogo, irrumpió en mangas de camisa deportiva, como jamás lo había visto en su pequeño consultorio donde los pacientes nos sentamos en un cubito de madera, como mascotas amaestradas por el látigo de su inteligencia, y esa mañana me pareció un hombre mucho más joven de lo que suponía cuando lo veía de bata blanca y yo asumía que era un domador de tigres escapado de algún circo ambulante. Eso sí, mostraba en las pupilas su sonrisa de siempre, esa que le ilumina la cara, y no dijo una sola frase que no destilara optimismo ni nos dio un abrazo que no regalase seguridad, convicción y bríos, los tres medicamentos del alma que más necesitábamos. La enfermera Aracely veló por nuestro descanso toda la noche, que fue por demás lluviosa, y lo hizo con tanto esmero que acabó dentro de siete u ocho sueños, saltando de soñador en soñador, participando desde el centro mismo de cada espejismo o pesadilla —y si eran alucinaciones gratas nos dejaba seguir durmiendo, pero si por el contrario nos sofocábamos en desvaríos oníricos, entonces nos despertaba con una pluma de arcángel y nos consolaba hasta que volvíamos a rendirnos en la calma de su tranquilizante mirada de mujer, bendita mexicana.

Por último, apareció el sereno doctor Alejandro Rossano, cirujano, lector obligado de mis novelas, un joven demasiado sabio para su edad que yo he aprendido a admirar sin reservas —tanto que, si por alguna extraña razón le agradezco mi dolencia fatal al Dios en quien todavía creo, es por haber tenido la oportunidad de conocer a un ser humano tan afable como él y considerarme su amigo para siempre, sea tan larga mi vida como él capaz de prorrogarla. Nos saludó a todos de mano. Quería que apretáramos con las nuestras la suya, esa mano que habría de abrirnos y conectarnos en la panza el riñón del que a partir de entonces dependeríamos para que nuestro futuro volviera a igualarse a nuestro pasado, gracias al profesionalismo de esos hombres y mujeres en verdad heroicos que se pasaron más de cincuenta horas sin pegar un ojo, o durmiendo a ratos, torcidos en una incómoda silla de madera, para por fin decidir que aquellos dos órganos tan generosamente donados por alguien que nunca conoceríamos iban a latir ahora, de nueva cuenta, en los cuerpos de dos muy humildes mexicanos que llevaban más tiempo que los demás padeciendo una enfermedad angustiosa si las hay, un sufrimiento que acaba por devorarnos los músculos e intoxicarnos la sangre y dormirnos en un sopor profundo del cual ya no nos salvan ni la ciencia ni los chamanes. “Hola, poeta”, me dijo Rossano con sedante naturalidad. “Hola, hermano” le dije, y le pregunté por sus hijos. No hablamos de catéteres ni de riñones ni de mis libros: hablamos de vikingos. De Erik El Rojo, descubridor de Groenlandia. Su hijo menor se llama Erik. La mano de Rossano es delgada, de dedos finos, pero aprieta fuerte: me dejó paz en la mía.

El martes llamé al doctor Rossano y me confirmó que los dos trasplantes resultaron exitosos: “Ya orinan”, me dijo —y yo pensé, al apagar mi último cigarro, que debía brindar con agua de Jamaica por los que aceptaron, con todo el dolor del mundo, donar los órganos de su ser querido. Y brindar por los que tomarán mañana idéntica decisión, y también por mis adorables médicos y enfermeras (incluyo, por supuesto, a los del Salón de Diálisis del Hospital General y la clínica El Refugio, que me purifican la sangre tres veces por semana); brindar por mis camaradas de infortunio, en particular por los dos pacientes regresados a la normalidad, por los de la Asociación ALE, mis amorosos protectores. Y mientras alzaba la copa, en compañía de María José y de su madre, pensé que hoy Ale tendría unos once años de edad y tal vez le habría gustado leer esta crónica con final feliz que recuerda los relatos de hadas donde todo era posible por obra y magia de esa hechicera nombrada Poesía. Queda prohibido llorar sin aprender, /levantarte un día sin saber qué hacer, /tener miedo a tus recuerdos. /Queda prohibido no sonreír a los problemas, /no luchar por lo que quieres, /abandonarlo todo por miedo, /no convertir en realidad tus sueños. /Queda prohibido no demostrar tu amor. /Queda prohibido dejar a tus amigos. /Queda prohibido olvidar a toda la gente que te quiere, escribió Pablo Neruda.

Queda prohibido no donar.

Por eso se lo dedico a él, a Ale, y con Ale a la familia Alverde-Castro, y con ellos a todos los socios benefactores de las Asociación, en nombre de los quinientos pacientes que le deben la vida, y de los otros cientos que gracias al ejemplo de un niño no hemos perdido la fe en la esperanza ni la esperanza en la caridad. Lo hago por encargo de los más de mil doscientos paisanos a oscuras que recibieron el apoyo necesario para vencer las sombras con la luz en complejas cirugías de cataratas, y así pudieron ver por sí mismos, sin que nadie les contara, lo sucedido en el Hospital General este segundo domingo de julio. El sol, claro, ¿no lo ven?, salió como siempre a la mañana siguiente. Lo dijo el poeta Eliseo Diego, mi padre: La eternidad por fin comienza un lunes.

Cada lunes.

Cualquier lunes.

EA






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