domingo, 26 de septiembre de 2010

El oficio (literario) de Kafka 26-septiembre-2010.

Domingo 26 de septiembre, 2010.

Ciencia política literaturizada.

Al terminar la lectura de uno de los libros más inquietantes para un analista político, La muerte de la ciencia política, del doctor César Cansino, una referencia sorpresiva cerró todo su esfuerzo por compactar el pensamiento político del siglo XX. En el párrafo final de la obra, Cansino escribió que ha sabido entender mejor la política a través de las novelas que de la propia politología. Y citó concretamente un largo párrafo de la novela La fiesta del Chivo, del peruano-español Mario Vargas Llosa. Para Cansino, en esa novela se condensó el pensamiento político y los comportamientos de los gobernantes.
Sin duda que Cansino tiene toda la razón: la novela logra retratar a veces con mayor intensidad las épocas históricas. Qué decir, por ejemplo, de La guerra del fin del mundo, donde Vargas Llosa reescribe la obra magna Gran Sertón: Veredas, del brasileño Joao Guimarães Rosa, publicada en 1956. Por cierto, me acaba de llegar de España la nueva traducción de Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar, en una edición de Adriana Hidalgo Editora. La historia central narra una de las guerras de finales del siglo XIX en Brasil. Lo interesante fue el esfuerzo de Vargas Llosa para reescribir la realidad reinventándola para contar la verdad a través de la ficción. Pero a pesar de ésta y otras novelas, la que me sigue pareciendo una obra maestra, mejor inclusive que La ciudad y los perros, es Conversación en La Catedral, historia que tiene como eje central a un periodista provinciano. Vargas Llosa, inclusive, propone juegos de técnica narrativa novedosa, como la de presentar tres planos diferentes en tres tiempos históricos distintos pero diferenciándolos sólo por tres diversos tiempos verbales. La historia narra la dictadura de Manuel Odría en Perú, con la represión policiaca. Ningún ensayo sobre esa época (1948-1956) podría igualar la profundidad de la novela.
Hay veces en que la ficción supera a la realidad, pero en la literatura mexicana la realidad está esperando que la narren con ficción. No existe la gran novela del PRI, por ejemplo, ni la de la crisis política del 2006. No hay personaje más literario que Vicente Fox, pero no tiene quien lo escriba. Es cierto que la literatura dicta sus propias reglas, pero creo que la obra máxima de la literatura histórica en México es Noticias del imperio, de Fernando del Paso. Algunas obras sobre Santa Anna son esforzadas pero carecen de la inyección de vida de la verdadera literatura. Es decir, les gana el personaje. Salinas de Gortari, por ejemplo, es otro personaje en busca de autor. Pero como figura literaria. Más aún, es un figura tipo para el estilo de Shakespeare.
Hay novelas magnas que retratan partes de la historia. Por ejemplo, sigue ganando posiciones En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, sin duda mucho más rica y profunda y además de sólida precisión histórica que cualquier estudio sobre la burguesía francesa de finales del siglo XIX. Y qué decir de Los Buddenbrook, de Thomas Mann, quien dibuja la realidad alemana de mediados del siglo XIX con detalles históricos desprendidos de la técnica literaria: historia, personajes y contexto en la historia de una familia. Y ahí está, entre los primerísimos lugares, El hombre sin atributos, de Robert Musil, la que Juan García Ponce señalaba que el nombre adecuado era El hombre sin cualidades. Con una precisión de científico matemático, Musil coloca a Ulrich en la sociedad austriaca alrededor del simbólico año de 1914, inicio de la Primera Guerra Mundial y la crisis de la monarquía. También hay que registrar Guerra y paz, de León Tolstoi, una novela a la altura de cualquier tratado histórico ubicada en el tiempo real de 1812 y la invasión napoleónica. De los italianos hay que consignar La Cartuja de Parma, de Stendhal, sobre el dominio napoleónico de Europa y la narración de la Batalla de Waterloo del fracaso de Napoleón. Sin duda que Stendhal tiene correspondencia con Tolstoi, el italiano más fresco en su estilo y menos monumental en la construcción de la novela que el ruso Tolstoi.
La propuesta estilística de estos autores radicó en usar personajes de ficción en tiempo histórico para contar, desde el punto de la sociología y la politología, etapas cruciales. Más aún, habrás que ver si se analiza el concepto de “sociología literaria”, una forma de estudiar los comportamientos sociales en función de hechos reales reinventados --o reescritos-- desde la ficción. Ahora mismo pienso, por ejemplo, en dos novelas con estilos diferentes pero intenciones similares que ya comenté por aquí: A sangre fría, de Truman Capote, y La canción del verdugo, de Norman Mailer. Se trata de dos hechos criminales, uno en Kansas y otro en Utah. Lo interesante de las obras fue la forma en que la sociedad en general --contexto, relaciones sociales, personas y contexto-- se convierten en la parte fundamental de las historias.
La lista puede ser larga. Sin duda, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que narra, a la par de las generaciones de los Buendía, la historia de Macondo como ciudad. O las historias de William Faulkner en su mítico condado de Yoknapatawpha, en el profundo sur de Misisipi. O la ciudad de Santa María, inventada por el uruguayo Juan Carlos Onetti. En estos casos la ciudad y la sociedad forman parte fundamental de la historia y llegan a tener diríase que vida propia. Ahí es donde pudiera pasar de la etapa de la “sociología de la literatura” a la sociología literaria. Ya cierta corriente marxista quiso en el pasado darle atención al contexto, pero sin establecerle espacios de autonomía creativa o la dimensión real de personaje. El que ha intentado profundizar esta línea de análisis es Vargas Llosa, a propósito del papel de la ciudad como personaje sociológico en La casa verde, y más aún en su texto legendario Historia secreta de una novela, contando cómo un pueblo parecía buscar su propio lugar.
Y de los mexicanos dos tienen un lugar especial: Juan Rulfo con su Comala de Pedro Páramo y Elena Garro con su magistral relato de dos pueblos con vida en Los recuerdos del porvenir. Rulfo logra una historia directa basada en la historia no analizada a fondo de Comala, un pueblo que sin duda es personaje central de la historia del cacique que en el apellido lleva la soledad. Y Garro hace cobrar vida a la ciudad como parte de sus personajes.
De regreso al punto de partida, las grandes teorías políticas se forjaron alrededor de una ciudad y de una sociedad. Y comenzando desde el principio: Atenas, más un aliento simbólico que una racionalidad histórica, con sus personajes más literarios que históricos: Sócrates, Platón y Aristóteles. Y hace falta la novela de Maquiavelo porque un personaje de esa talla y profundidad sólo puede ser retratado por la literatura. Y como ejemplo total, totalizador, el Shakespeare de los grandes dramas palaciegos de luchas por el poder, aunque hasta ahora se ha analizado a este autor inglés sólo por sus personajes pero éstos serían inexistentes sin sus respectivas sociedades.
Hay algunas que exploran a los personajes. Por ejemplo, en lugar especial, El perro de Rousseau, de David Edmons y John Eidinov, que cuenta las rencillas divertidas pero amargas entre Rousseau y el filósofo David Hume. Y en otro nicho sin duda de primer orden, el que me parece el mejor cuento de José Revueltas, Hegel y yo, que narra la historia de un compañero de celda con las piernas amputadas por disparos durante su detención durante el robo a un banco en la calle de Hegel, en la Colonia Polanco del DF, en donde el autor convierte al filósofo Hegel en personaje de prisión a través de un análisis hegeliano del delincuente. Y desde luego la novela corta o cuento largo El apando, en el que la prisión como concepto sociológico es la protagonista de un intento de fuga, con la escena final en la que dos presos quedan atrapados en la metáfora geométrica de dos rejas atravesadas con tubos.
En fin, que Cansino resultó ahí un provocador con la invocación a una novela para aprehender la realidad de la ciencia política. El desafío quedó para los escritores.

--0--