martes, 30 de noviembre de 2010

30-Noviembre-2010, Martes.

INDICADOR POLITICO


+ Brasil: narco vs. soberanía
+ Ejército-Lula contra cárteles

Carlos Ramírez

El pasado 7 de noviembre, el piloto británico de fórmula uno Jason Button estuvo a punto de ser asaltado y agredido al salir de la competencia en Sao Paulo por un grupo de hombres con armas de alto poder. Al ser designada como sede de las Olimpiadas de 2016, Río de Janeiro emergió como una de las ciudades más violentas de América Latina.
En este contexto, el gobierno del socialista Luiz Ignacio Lula da Silva ordenó una impresionante ofensiva policiaco-militar contra zonas que escondían a jefes del narco en Río. Y falta Sao Paulo.
Las fotografías de la ofensiva en Río no impresionaron en México porque aquí se ven de manera cotidiana. Pero el mundo se pasmó con ciudadanos pobres corriendo en las calles con sus hijos en brazos, en medio de fuerzas policiacas y militares con armas de altísimo poder. La decisión de Lula fue explicada: recuperar zonas territoriales del Estado brasileño ocupadas por bandas de narcotraficantes en donde la policía no podía ingresar.
Los daños colaterales fueron bastantes, entre ellos mujeres y menores heridos y algunos muertos por balas perdidas. La denuncia sobre el grado de presencia de los narcos en Río había saltado este año a la prensa internacional, pero la euforia electoral brasileña y la imagen mediática de Lula medio apaciguaron los ánimos. Sin embargo, el intento de agresión o de secuestro contra un piloto de autos británico evidenció el tamaño del problema.
La ofensiva de Lula fue contra las llamadas favelas, nombre que se le da a lo que en México serían ciudades perdidas, es decir, asentamientos irregulares con gestión autonómica y fuera del alcance de la institucionalidad. La aglomeración de pobres en esas zonas ha sido siempre el desmentido a la imagen de país altamente desarrollado de Brasil. Paulatinamente y ante la indiferencia de las autoridades, el narcotráfico fue tomando el control de esas zonas. Y al impedir el ingreso de la policía, se trataba prácticamente de una zona territorial de la soberanía del Estado brasileño en manos del crimen organizado y de cárteles de la droga.
La decisión de Lula fue precisamente la de recuperar la soberanía territorial. El uso del ejército, que se había pospuesto por razones de imagen política, fue necesario ante la capacidad de respuesta y de organización de los cárteles. Lo que falta ahora por atender en el daño provocado por los narcos a la sociedad de las favelas: la penetración de los cárteles modificó la conformación y valores sociales en esas zonas abandonadas por el desarrollismo brasileño.
Brasil descubrió el problema de Río de Janeiro, ciudad controlada por la delincuencia, la pobreza y los cárteles de la droga. Lula ganó la celebración de los juegos olímpicos en el 2016 y debe de limpiar el país de la inseguridad, la violencia y las bandas criminales. Un reportaje de Bernardo Gutiérrez en la revista El País Semanal, del 25 de octubre del 2009, reveló que en Río de Janeiro hubo siete mil asesinados, más de mil a manos de la policía militar. Y el otro dato revelador: Río contabiliza 25 mil personas desaparecidas en el periodo 1993-2007.
Si se revisa la información de lo ocurrido en Brasil con el gobierno de izquierda de Lula, se encontrará un escenario prácticamente calcado en México: ante la pasividad gubernamental por decenios, permitió que las bandas del narcotráfico se asentaran en zonas delimitadas de varias ciudades de la república. No se trata sólo de zonas de refugio sino de espacios territoriales de la soberanía del Estado en poder total de bandas criminales.
En el DF existen las zonas francas criminales de Tepito, la Merced, Iztapalapa y algunas colonias de la Delegación Cuauhtémoc y Venustiano Carranza. En la república está el estado de Tamaulipas, donde la autoridad no gobierna, los poderes no existen y las bandas criminales prácticamente gobiernan zonas territoriales completas. Si quisieran, los narcos podrían declararse en Tamaulipas como fuerza beligerante por controlar una parte sustancial del territorio del estadio y exigir representaciones diplomáticas. El reciente caso del ranchero Alejo Garza, que murió defendiendo a balazo limpio su rancho para no escriturárselo ante notario a los narcos, es un ejemplo de que en Tamaulipas no existe gobierno.
La ofensiva del ejército en Brasil fue similar a la mexicana: enfocar el asunto de la seguridad interior como un asunto de seguridad nacional y de soberanía territorial del Estado. En Brasil y en México existe el dato adicional de que los cárteles de la droga forman parte de redes criminales internacionales. Brasil también descubrió que las fuerzas policiacas eran insuficientes para combatir el grado de violencia y de armamento de los cárteles de la droga. Por tanto, la decisión de Lula de utilizar al ejército contra las bandas criminales solamente ilustró la dimensión gigantesca del problema.
El caso de Brasil ha logrado asentar el tema de las bandas criminales dominando zonas territoriales de la soberanía de los Estados nacionales y podría contribuir a explicar con otro ejemplo las razones mexicanas para usar a las fuerzas armadas contra bandas de narcos que han desafiado la soberanía del Estado y del gobierno y sus instituciones. La intervención del ejército en Río fue del tamaño del problema. Y por cierto, Lula tomó la decisión de tomar por asalto a sangre y fuego las favelas de narcos sin dar a conocer su estrategia de lucha contra el crimen organizado y sin atender las quejas de violaciones de los derechos humanos.
La crisis en Brasil podría ayudar a entender la crisis de México.


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sábado, 13 de noviembre de 2010

Un recuerdo de Octavio Paz.

Ayer fue Día Nacional del Libro y los libreros regalaron, en cada compra, el ejemplar Claridad errante, poesía y prosa de Octavio Paz. El libro incluye Piedra de sol, sin duda el poema más bello de Paz. Adjunto sus algunos versos:


un sauce de cristal, un chopo de agua,
un año surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre


Otros versos:

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto.


Y más:

oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece.

Y también:

--¿la vida, cupando fue de veras nuestra?,
¿cupando somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,


Habfrá que leere y releer el poema y mejor si es en voz alta.

sábado, 6 de noviembre de 2010

La muerte de la ciencia política.

La muerte de la ciencia política

Una provocación de César Cansino


Por Carlos Ramírez (*)


I
El largo ensayo La muerte de la ciencia política (editorial Debate, México, 348 páginas) representa una verdadera provocación epistemológica lanzada por su autor César Cansino y constituye un sacudimiento de las raíces históricas del pensamiento político universal. Ganador en 2008 del premio de ensayo La Nación/Editorial Sudamericana en Buenos Aires, Argentina, el largo texto logró su cometido: reabrir el interés sobre los temas originarios de la política, aunque no ha encontrado los escenarios adecuados para el debate por la mezquindad tradicional de la academia política e intelectual mexicana.
Y es una provocación porque el título pudiera ser considerado escandaloso. La ciencia política, por sí misma, no es un cuerpo celular, vivo. Por tanto, no puede morir, carece de un periodo de vida. En todo caso, se ajusta más a las leyes de la termodinámica: nada se crea ni se destruye, todo se transforma. Por ello es que Cansino quiso inducir el debate para centrar la discusión de la ciencia política sobre las etapas, ciclos y hasta periodos históricos del pensamiento político y precisar la necesidad urgente de regresar a la parte sustancial de la política: la filosofía, pero a partir de la reflexión del autor de que la ciencia política se ha extraviado en el laberinto de lo cuantitativo.
También es un desafío porque retrotrae la discusión política a los temas centrales, de fondo, iniciales: ¿se habla de una ciencia política, con todo lo limitado que representa la cientificidad de una actividad inaprehensible y no restrictiva del pensamiento? ¿O se trata de regresar a los orígenes buscando sacar a las ideas políticas originarias de los estrechos márgenes de lo que debe ser una ciencia basada por definición en la comprobación de hechos? Ahí también abre Cansino otro carril de debate: ¿es realmente el pensamiento político una ciencia? ¿Es posible pasar las ideas, el pensamiento, por el estricto tamiz de la prueba científica?
Al final de la lectura, el sentido del debate de Cansino cae por su propio peso: la ciencia política no ha muerto ni va a morir. Más bien, se agota una corriente que se centra en la cuantificación y que se olvida que la política se inserta en la sociedad. La propuesta de Cansino de regresar a los pensadores clásicos, a los pensadores de la filosofía de la política, a las ideas políticas en sí mismas, implicaría de suyo una reactivación de lo que se daba por muerto.
 Podría resultar hasta arrogante decretar la muerte de la ciencia política que nace con Platón. En El Político, uno de los fundadores de la filosofía establece los criterios en un diálogo. El personaje Extranjero dice:
“Pero respecto a la ciencia, que manda a todas éstas y a las leyes y dirige los intereses del Estado, y que de todas esas cosas forma un maravilloso tejido, ¿no sería procedente, a lo que parece, comprendiendo todo su poder bajo una denominación común, llamarla ciencia política?
Para Platón, la política como ciencia no era un catálogo de variables susceptibles de medición sino la ciencia de las ciencias:
“En efecto, la verdadera ciencia real no debe obrar por sí misma, sino mandas a las que tienen el poder de obrar; a ella corresponde discernir las ocasiones favorables o desfavorables, para comenzar, y proseguir en el Estado las empresas vastas; y corresponde a las otras ejecutar lo que ella (la ciencia política), ha decidido”.
La ciencia política fue asumida por Platón como la piedra filosofal del gobierno:
“El más completo (de los gobiernos) y único verdadero será aquél en el que se encuentren jefes instruidos en la ciencia política, no sólo en la apariencia sino en la realidad, sea que reinen con leyes o sin leyes, con la voluntad general o a pesar de esta voluntad, y ya sean ricos o pobres, porque ninguna de estas cosas añade ni quita nada a la perfección de la ciencia”.
Así, la ciencia política para Platón era el arte de la política, o la política elevada a la altura del arte del pensamiento superior. A diferencia de los que asumen la ciencia política como la precisión de lo que puede ser medido, Platón enaltece a la ciencia política como una ciencia especulativa, dividida en dos partes: ciencia del mandato y ciencia del juicio.
En el prólogo a su traducción de El Político, don Patricio de Azcárate hace un resumen lúcido del contenido de la obra de Platón: “tal es la ciencia política: una ciencia especulativa, de mandato, de mandato directo, que tiene por objetivo seres animados, que viven en rebaños, terrestres, andadores, sin cuernos, que no se mezclan, bípedos, sin plumas, hombres. El que posee esta ciencia es el verdadero político, el verdadero rey”. Agrega: y mandar, saber mandar, es una ciencia. El gobierno perfecto, por tanto, es el gobierno de la ciencia. La ciencia política es método y doctrina.
La contundencia del título del libro de Cansino no encuentra correspondencia con la riqueza del contenido: el autor no firma el acta de defunción de la ciencia política --varias veces habla de rescatarla a través de la filosofía y las ideas de los clásicos, además de vincularla con otras ciencias--  sino que realiza una revisión de la crisis de la reflexión política del siglo XX a partir del dominio del modelo cuantitativo de las ciencias sociales aplicadas a la política. En todo caso, el esfuerzo de Cansino no ahonda en la recuperación del concepto de lo político sino que apenas lo deba dibujado y casi por supuesto. Cierto: su objetivo es más bien criticar desde todos los ángulos los aspectos definitorios del cuantitativismo político. Un capítulo sobre lo que Cansino piensa de la política como filosofía, al margen de propuestas y autores, hubiera enriquecido aún más el ensayo.
Cansino logra posicionar el tema en su doble dimensión: la política como filosofía y la política como conocimiento científico. Y establece las limitaciones de la cientificidad de la política: sólo puede ser medible aquello que es aprehensible y el pensamiento carece de fronteras. No por menos, por ejemplo, el lema colocado en la entrada al edificio de ciencias sociales de la Universidad de Chicago --catedral del pensamiento cuantitativista moderno-- define el alcance de la doctrina que dominó la ciencia política del siglo XX y se ha convertido en una especie de maldición de la politología: “nuestro conocimiento es poco si no podemos medirlo”. Esta frase se le atribuye a Lord Klein, matemático alemán de la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX y a quien se le considera pionero de las matemáticas aplicadas a las ciencias sociales y aportador de los primeros estudios sociales de la teoría de grupos. Este pensamiento es el que ha animado la hegemonía de la economía en la ciencia política cuantitativa estadunidense. Es decir, si no se puede medir, no es ciencia política a pesar de que se sustente en las ideas políticas.

II
La crisis del pensamiento político --ciencia o filosofía-- no es nuevo. Cuando menos, la referencia a la crisis. En 1959 el politólogo John Plamenatz recordó que por 1956se había decretado la muerte de la filosofía política. Decía: “la filosofía política está muerte --he oído decir-- y la han matado los positivistas lógicos y sus sucesores al demostrar que muchos de los problemas de que se ocuparon los grandes pensadores políticos del pasado eran espurios, basados en confusiones de pensamiento y en el mal uso del idioma”. Para Plamenatz existía una confusión entre filosofía política y ciencia política. Pero “la teoría o filosofía política no produce la misma clase de conocimiento que la ciencia política.
El texto de Plamenatz fue recogido en 1967 por Anthony Quinton en el libro Filosofía Política como una manera de abrir el debate, algo que asumiría Cansino cuarenta años después referido a la ciencia política. En el texto, “Política, filosofía, ideología”, publicado originalmente en 1961, P. H. Partridge retoma parte de la discusión del momento de que la teoría política estadunidense e inglesa “ha venido declinando o quizá expiró durante los últimos decenios”. Pero aclaró de entrada: “sostendré que el certificado de defunción, aún de declinación, está grandemente exagerado, que en realidad el periodo actual es desusadamente fértil en reflexiones acerca de la política”. Y era imposible creerlo porque explicaba que la teoría política era mezcla de cuando menos tres impulsos diferentes: filosófico, sociológico, ideológico. En todo caso, aceptaba el hecho de que parte de la filosofía y de la teoría se había distribuido en la ciencia política y en la sociología. Y establecía una de las razones de la percepción sobre el tema: “si la teoría política clásica en efecto ha muerto, quizá la mató el triunfo de la democracia”. Muy poco duraría esta tesis: la guerra fría y la perversión de la democracia, además de la reactivación de la sociedad civil y de la transición de dictaduras s modelos democráticos, volvió a revivir la necesidad de pensar la política.
Años después, en 1985, al establecer el hecho de que la reapertura del debate sobre el Estado en el pensamiento conservador, el español Fernando Vallespín recordó el texto de Isaiah Berlin “¿Existe todavía la teoría política?” Y registró el hecho de que el propio Berlin establecía” dos buenas razones” para certificar la defunción de la disciplina: “una es la de que sus presuposiciones medulares, empíricas, o metafísicas o lógicas, ya no son aceptadas porque se han marchitado, junto con el mundo del que fueron parte, o porque han caído en el descrédito, o han sido refutadas. La otra es que nuevas disciplinas hayan pasado a ejecutar el trabajo originalmente emprendido por el estudio más antiguo. Para Berlin el problema era la ausencia de alguna gran obra. Por eso coincidió con P. Laslett en el sentido de que “por el momento, de cualquier manera, la filosofía política está muerta”.
El tema da para mucho. Sartori, por ejemplo, aparece como un pesimista de su propia ciencia. En el 2004 puso a girar a los politólogos con su pregunta provocadora de si había muerto la ciencia política. Pero antes, en 1985, en su Teoría de la democracia, asentaba algunas dudas al respecto. Pero el asunto viene desde atrás. En 1979, en su libro fuente de la ciencia política, La Política, lógica y método en las ciencias sociales, Sartori localizó el huevo de la serpiente: la ciencia política pasó de una fase precientífica a su fase propiamente científica con la revolución conductista, la revolución behaviorista, con las técnicas cuantitativas. El corte de caja de Sartori fue crítico: aunque reconoce la crítica de algunos en el sentido de que “la ciencia política no sea bastante ciencia”, la “behaviorización de la ciencia política, con todos sus méritos, vuelve a cuestionar la autonomía de la política”. Sin entrar a caracterizaciones de crisis, Sartori de todos modos deja planteado el problema: si la ciencia es el cómo, ese cómo desenfoca e incluso sofoca el por qué”. En aquel entonces Sartori fue complaciente: “es lógico que una ciencia política strictu sensu, que quiere ser ciencia a toda costa, deba dejar fuera lo “no cuantificable””. Y dejó abierto el debate: “en un extremo, es la ciencia la que devora a la política; en el extremo contrario, es la política la que devora la ciencia. Los dos extremos se tocan y se convierten uno en otro. Es función del politólogo impedirlo, si de veras es tal”. El tiempo le dio la razón y, no a Sartori: la ciencia se hizo más científica y los politólogos no lo impidieron. Por eso seguramente su decepción en el 2004.
El abordamiento de la crisis del pensamiento político no es nuevo para Cansino. De hecho, su insistencia en el agotamiento de un ciclo de la ciencia política como modelo cuantitativo encontró un espacio notable en el 2004 con un artículo sorprendente de Giovanni Sartori exhibiendo sus dudas sobre el futuro de la ciencia política. En ambos, Sartori y Cansino, sin embargo, hay antecedentes. En su libro Teoría de la democracia 1.- El debate contemporáneo Sartori ya planteaba en 1988 su crítica sobre el fin de la historia en la ciencia política. Cansino, por su parte, había comenzado a poner en duda el alcance del perfil científico de la ciencia política hacia finales de los ochenta y centró su crítica en 1998 en su libro Historia de las ideas políticas. Fundamentos filosóficos y dilemas metodológicos.
La tesis de Sartori en 1988 fundamentaría su decepción en 2004: diversas formas de abordar la política llenaron los estantes de libros y de ensayos pero sin tocar la democracia como la esencia de la política. Con ironía, Sartori llamó “experimentos del pensamiento” a esas indagaciones y concluyó lo que sería su reclamo central en el 2004: el “estado de confusión” de la teoría de la democracia o del pensamiento político. Inclusive, Sartori dedicó el primer tomo de su revisión de la teoría de la democracia justamente a la confrontación entre las dos formas de abordar la democracia --es decir: el pensamiento político--: la democracia prescriptiva y la democracia normativa. Su conclusión en 1988 fue pesimista y se proyectó hasta el 2004: “el universo del discurso intelectual se encuentra en ruinas”. Y se quejaba de que la nueva ciencia política viera el pasado como una especie de “estorbo hacia el futuro”.
En el párrafo final de su polémico texto de 2004,  Sartori exhibe más bien el agotamiento de su esfuerzo polémico que había realizado tres lustros antes:
“¿Hacia dónde va la ciencia política? Según el argumento que he presentado aquí, la ciencia política estadounidense --la “ciencia normal”, pues a los académicos inteligentes siempre los ha salvado su inteligencia-- no va a ningún lado. Es un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro. Acudir, para creer, a las reuniones anuales de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política (APSA) es una experiencia de un aburrimiento sin paliativos. O leer, para creer, el ilegible y/o masivamente irrelevante American Political Science Review. La alternativa, o cuando menos, la alternativa con la que estoy de acuerdo, es resistir a la cuantificación de la disciplina. En pocas palabras, pensar antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar”.
En un texto publicado en el número 10 de la revista Metapolítica dedicado al texto de Sartori en 2006, Cansino toma el desafío intelectual de Sartori de debatir sobre el fin histórico de la ciencia política y concluye que “la ciencia política está herida de muerte”. Una docena de años antes, en la introducción de su libro de entrevistas La filosofía política de fin de siglo, Cansino establecía en 1994 la necesidad de recuperar una parte olvidada del pensamiento político: las teorías, las ideas. Se quejaba de que “la teoría política irá desapareciendo en aras de ceder su lugar a un intuicionismo cada vez más pragmático”.
Pero el centro de la propuesta de Cansino --no el acta de defunción de la ciencia política sino el debate sobre lo que debería rescatarse-- se localiza en su libro Historia de las ideas políticas de 1998. Ante el dominio conceptual de la política como cientificidad sometida a pruebas cuantitativas en los hechos, Cansino vuelve los ojos a una parte sustancial del modelo analítico tradicional de las ciencias sociales: dividir claramente el marco teórico del marco metodológico. Buena parte, por cierto, de este libro nutrió La muerte de la ciencia política. Desde 1998, antes de la confesión depresiva de Sartori, Cansino señalaba los límites científicos de la política y señalaba dos escenarios que acotaban al pensamiento político: la historia y la filosofía. En ese trabajo Cansino hace su primera gran propuesta: indagar en la historia interna de la ciencia política, es decir, el pensamiento y las ideas; una “teoría de la teoría”, una “metateoría”, “es decir, de los saberes acumulados en un área particular de conocimiento científico o humanístico”. En suma, analizar teóricamente la teoría política.
Si Sartori se convirtió en un rosario de quejas y decepciones, Cansino partió del mismo punto de la crisis en las ideas políticas en su fase normativa o propositiva pero para recomendar el retorno a las ideas originales. En decir, la ciencia política aún tenía mucho que dar. En su libro La muerte de la ciencia política pone dos ejemplos revitalizados: Carl Schmitt y Hannah Arendt, el primero con un rescate profundo de una de las obras centrales de la teoría política, el Leviatán de Hobbes, y Arendt con una de las relecturas más profundas y estimulantes de Aristóteles. En Historia de las ideas políticas hace Cansino cinco proposiciones que serían después la base fundamental del estudio sobre el fin de la ciencia política:
1.- Analizar las ideas políticas en sus contextos pero también en sus contenidos como pensamiento y obra.
2.- No perder de vista que el motivo fundamental de estudio son las ideas y no los hechos, los acontecimientos y las personas.
3.- Romper el falso dilema objetivismo-interaccionismo.
4.- Romper con los límites estrictos de la descripción-prescripción de la historias de las ideas políticas y terminar con la percepción de que las ideas son parte de un museo paleontológico.
5.- Adoptar un criterio evolutivo para analizar el pensamiento político.
Además de la propia indagación de Cansino en 1998 y el detonante de Sartori en el 2004, Cansino recoge un tercer desafío de la existencia ciencia política. En 2000 estalló una extraña y curiosa crisis en la ciencia política estadunidense, sin duda dominante del pensamiento político. En los correos electrónicos de politólogos apareció el 15 de octubre del 2000 un mensaje remitido a los editores de la revista de ciencia política de los EU y firmado sólo por el seudónimo de “Mr. Perestroika”. Ese breve memorándum de once párrafos causó, a decir de la American Political Science Association (APSA), una verdadera “revuelta”. La tesis del memorándum era la de protestar por la elección de dirigentes de la APSA en función de la teoría cuantitativista de la ciencia política y la falta de participación de esa organización en debates teóricos. Ese breve texto provocó una carta de protesta a la APSA firmada por más de 150 personas, la formación de una organización paralela, el establecimiento de un lista especial de críticos y un sitio web, además de la propuesta de candidatos alternativos para Presidente fuera de la hegemonía de la vertiente económica de la política: Vicepresidente y los miembros del Consejo de APSA. Además, llevó a un debate entre decenas de politólogos que derivó en el libro Perestroika. The raucous rebellion in political Science donde se incluyen 39 ensayos para reformar la ciencia política y sus instituciones. Se trató, como señala el subtítulo, de una “rebelión estridente”. Pero el saldo no fue el esperado: la estructura de la APSA siguió igual.
Al movimiento perestroika se une la diversidad de propuestas diferentes para abordar la política. Así, el gran debate sobre la muerte de la ciencia política no es otro que el diferendo histórico entre la política y la economía, es decir, entre la filosofía y la ciencia, entre las ideas y las evaluaciones, entre la teoría y la práctica. En  México el debate ha sido histórico. La Constitución de 1917, por ejemplo, estableció la subordinación de la política a las referencias económicas; el artículo 3º define la democracia “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida sustentado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”, justamente la tesis central de la democracia sustentable de los sesenta. Lo curioso fue que más o menos es misma tesis asumida por Henry A. Kissinger en el plan de los Estados Unidos para encarar a la guerrilla en Centroamérica en los años setenta: la protesta violenta no era por democracia sino por bienestar social. El marxismo aplicado en la órbita soviética se fundamentó en el mismo esquema teórico: sacrificar la libertad en  aras de la igualdad. Los populismos latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX también enfatizaron el modelo de democracia-Estado-asistencialismo.
De ahí el contexto de los grandes debates sobre el rumbo y la profundidad de la ciencia política.

III
El libro La muerte de la ciencia política ganó el concurso de ensayo La Nación-Editorial Sudamericana 2008 y generó una polémica, sin duda porque la capacidad de reflexión de la ciencia política en Argentina es más viva que en México. La edición mexicana circuló en marzo de 2010 y la provocación epistemológica e intelectual de Cansino no ha encontrado eco, seguramente por el alto grado de pasividad de los politólogos y por la conformación mexicana de una academia subsumida en sí misma y dominada por las mezquindades. La certeza parte de lo que podría llamarse la ausencia teórica de una ciencia política mexicana. El libro La ciencia política en México, exhibe la pobreza teórica y de espacios. Ciertamente que existe una tradición en la publicación de ensayos, pero la ciencia política mexicana padece el aislamiento y la carencia de un ágora para el debate. Peor aún: ni siquiera en el ámbito educativo de la ciencia política ha habido algún acuse de recibo. Ello habla, sin duda, del autismo en el pensamiento político mexicano que muestra el aislamiento, la falta de comunicación y sobre todo lo que se conoce como reciprocidad emocional.
De todos modos, el libro de Cansino ahí está, su desafío epistemológico es más que claro y su puerta de salida no se oculta. Es cierto que hay páginas del libro en las que Cansino es vencido por los determinismos histórico e intelectual, pero su obra no se resume en la crítica sino que hace propuestas que debieran fijar los parámetros de un debate y de una búsqueda. Por tanto, se trata de una obra pionera y desafiante. Por lo pronto, se inscribe en la apertura de una nueva corriente de estudio de la teoría política. El espacio de la ciencia política mexicana se ha reducido a los estrechos parámetros de una ciencia acotada por el dominio hegemónico del Estado priísta. La primera escuela de ciencia política en México se fundó en 1950 en la UNAM y quedó atrapada en la pinza del pensamiento marxista como supuesto teórico dominante y la capacitación de recursos humanos para la administración pública del PRI. Si en los EU se enfatizó la ciencia política para fortalecer la economía, en México se consolidó para la administración del Estado.
En el libro de Cansino se cruzan varias coordenadas: la del pesimismo de Sartori, la del milenarismo determinista, la de la crisis ideológica proveniente del colapso de la URSS en 1989, la de la disputa histórica en México entre liberales y progresistas, la del agotamiento ideológico del PRI como partido de una corriente progresista de la Revolución Mexicana, la de la alternancia partidista en la presidencia de la república, la de su enfoque pesimista sobre la crisis del pensamiento académico crítico y sobre todo la de la confluencia en México de una crisis económica-crisis de hegemonía de partido-crisis del pensamiento político dominante de la clase política hegemónica-crisis del marxismo con la desaparición del Partido Comunista Mexicano-crisis de la definición de democracia en un México en transición de partido hegemónico a pluralismo político. No hay referencias directas en La muerte de la ciencia política, pero sí en otros trabajos de Cansino que encuentran articulación entre su papel como politólogo, pensador político y crítico de las ideologías.
 Lo lamentable del debate sobre la presunta muerte de la ciencia política es que el siglo XX haya sido pródigo en versiones de interpretación y cuantificación de los hechos políticos, pero sin  grandes esfuerzos para establecer nuevas teorías. La última verdadera y sólida teoría política fue la de Karl Marx a mediados del siglo XIX con su propuesta del comunismo. Lo demás ha sido cosecha u ordeña. Ante esa falta de esfuerzo intelectual para sentar nuevas teorías políticas, los años posteriores se dedicaron a darle vueltas a la democracia. Pero no en sus bases filosóficas y teóricas sino de aplicación práctica y hasta de su medición. La ausencia del esfuerzo de reflexión, dominada la ciencia política por el enfoque cuantitativo, poco a poco fue relegando el valor de las ideas políticas clásicas. El problema de fondo es que no definió lo básico: el concepto de democracia. Los politólogos abandonaron la reflexión sobre ideas.
El libro de Cansino puede resumirse en dos enfoques: la crítica a la preeminencia de los enfoques pragmáticos y cuantitativos y la propuesta de regresar a las ideas-fuerza de los clásicos del pensamiento político. El primero enfatiza dos de las más importantes corrientes cuantitativistas de la política: el análisis económico y el análisis sistémico. El esfuerzo de Cansino parte de cuando menos tres hechos que lo llevaron a racionalizar los problemas de la ciencia política: el desmoronamiento geopolítico e ideológico de la Unión Soviética, la aparición del movimiento Perestroika dentro de la Asociación Americana de Ciencia Política y el breve texto de Sartori reconociendo la falta de expectativas de la ciencia política. Para Cansino “es evidente que las ciencias sociales fueron superadas por la realidad”. Este concepto es fundamental para entender su razonamiento: en el pasado, la ciencia política, las ideas políticas y las propuestas políticas sirvieron para encauzar problemas de gobernabilidad. Un caso significativo: el papel del Leviatán de Hobbes en la conformación de la revolución inglesa de la segunda mitad del siglo XVII y su importancia en la relación Parlamento-Monarquía. En el siglo XX, la realidad compleja necesitaba de propuestas de interpretación y la ciencia política se quedó en la medición.
Cansino logra resumir el marco de referencia de la ciencia política en cuatro puntos:
1.- El estudio de lo político.
2.- El estudio de la política.
3.- El estudio de las políticas.
4.- El estudio de la teoría política.
Estas divisiones llevan a Cansino a realizar un esfuerzo de análisis de la ciencia política en cuanto a su evolución como método científico. Y propone dos formas de abordarla. Una, en cuanto a etapas de institucionalización: nivel de autonomía e institucionalización; y dos, en cuanto a desarrollo científico por zonas geográficas: precientífica, baja institucionalización, alta institucionalización y consolidación. Este método de abordamiento del grado de madurez de la ciencia política permite tener un panorama del grado de desarrollo del pensamiento político y del estudio de las ideas políticas y ambas en cuanto a la madurez para relacionar las ideas políticas con las prácticas políticas. Y confirma la necesidad de organizar el cuerpo doctrinario y científico de la ciencia política.
El modelo de análisis de la ciencia política que propone Cansino permite encontrarle acomodo a las diferentes corrientes. A partir del acomodo de etapas, regiones y propuestas, Cansino llega a la conclusión de que los dos ámbitos de acción de las ideas son la ciencia política (empírica) y la filosofía política (ideas). A partir del estudio de Gabriel Almond en Una disciplina segmentada. Escuelas y corrientes en las ciencias políticas, Cansino retoma el enfoque de que las diferentes tendencias de análisis político asemejan a las mesas de una cafetería y propone la interrelación con la figura retórica de “la cafetería de en medio”, un espacio de vinculación teórica.
El ensayo de Cansino logra agrupar el pensamiento latinoamericano en el periodo 1985-2010, un largo cuarto de siglo. La fecha no es arbitraria: la región entró en colapso económico por el agotamiento del Estado benefactor e intervencionista y el mundo ingresaba al fin de la era del campo comunista soviético. Cansino se basa y aplica a América Latina el esquema de Gabriel Almond de las mesas separadas de la cafetería y divide el pensamiento político en cuatro hemisferios: izquierda suave e izquierda dura y derecha suave y derecha dura. La lista de autores de Cansino esa apenas una muestra de la reflexión teórica. Sin embargo, el modelo de Cansino se queda en la presentación de las mesas separadas en cuatro rubros. Quedó pendiente lo que sería la mesa del centro, es decir, donde las diferentes posiciones pueden entablar un diálogo intelectual, teórico y de búsqueda de nuevas ideas para la crisis del pensamiento y de los modelos económicos, políticos y sociales.
Las variables de la mesa del centro podrían ser las siguientes:
1.- La filosofía política.
2.- la nueva utopía.
3.- El diálogo entre saberes.
4.- El papel de la sociedad civil.
5.- Las nuevas funciones del ciudadano en el ejercicio directo de su poder.
6.- La revaloración de los clásicos para la reformulación de teorías sobre los puntos clave de la política: Estado, poder, democracia, lenguaje político y sociedad, entre otros.
7.- Politología del conocimiento o estudio de los orígenes políticos de las ideas y el impacto de éstas sobre la sociedad.
8.- Metapolítica (propuesta de Cansino) o una reflexión política de la política.
9.- Regreso a las ideas y a las teorías cuando el mundo se rinde ante las evidencias del mercado.
10.- Nuevo sistema de pensamie4nto político o nueva teoría general de la política.
El esfuerzo tiene que ver con el hecho de que el realismo económico ha logrado controlar y subordinar a los sistemas políticos y a las ideologías. Antes del desmoronamiento del Muro de Berlín, los socialismos utópicos se rindieron frente a las evidencias del mercado. Un caso concreto: los socialismos francés, español e italiano abandonaron la reflexión marxista y aceptaron como inevitable los ajustes de modelo económico estructural y por tanto la contrarreforma del Estado: en esos tres países, los socialismos llegaron al poder con las banderas del cambio político y terminaron pactando con el Fondo Monetario Internacional.
Con todo, en México ha habido un esfuerzo teórico basado en el pensamiento político propio. Cito algunos ejemplos:
1.- En la introducción a su ensayo México: una democracia bárbara, el ensayista marxista José Revueltas planteó una caracterización del Estado mexicano: un Estado ideológico total y totalizador, no totalitario, cuya hegemonía se sustenta en el control de la totalidad de las relaciones sociales. Revueltas examinó la relación de dominio del Estado-partido como estructura corporativa.
2.- Al criticar el funcionamiento del Estado mexicano como dominante, el ensayista y poeta Octavio Paz caracterizó al Estado mexicano como un “Ogro filantrópico”, es decir, que ejercía el autoritarismo a través de concesiones a todos los sectores.
3.- Luego de la caída del Muro de Berlín, el escritor y ensayista Mario Vargas Llosa caracterizó al Estado mexicano como “la dictadura perfecta” porque no necesitaba ejercer la represión absoluta --sólo relativa y sobre todo quirúrgica, aún en los casos como Tlatelolco donde el control de daños ilustró el dominio autoritario-- debido a que albergaba en su seno a todas las corrientes crítica, incluyendo a la rupturista. Vargas Llosa hacía énfasis en los intelectuales críticos cobijados por el Estado, pero el modelo se podía aplicar con otros sectores: empresariales, campesinos, clasemedieros, estudiantiles y hasta marxistas.
4.- La transición mexicana en cámara lenta --de la reforma política de 1978 al cambio de partido en la presidencia de la república en el 2000, sin que pudiera ser siquiera alternancia y menos evolución a la democracia-- abrió debates sobre temas fundamentales en la teoría y el pensamiento político mexicano: los partidos políticos, el Estado de bienestar, la autonomía del Estado, el modelo desarrollo y su impacto en la correlación de fuerzas sociales, el sistema parlamentario y la nueva reflexión crítica de la historia, entre muchos otros.
Asimismo, se ha podido encontrar el camino de recuperación de alguna parte del pensamiento político mexicano con capacidad de señalamiento de caminos de teoría política. Cito casos concretos:
1.- Los dos ensayos del diputado Mariano Otero --en 1847 y 1849-- delinearon una parte fundamental de la teoría contractualista constitucional mexicana, basada en su propuesta adicional de teoría sociológica. Otero propuso, ante el desorden de esos años, el “acuerdo en lo fundamental” como contrato social y político y una Constitución no como proyecto social sino como pacto entre los grupos.
2.- En su crítica al desvío del rumbo de los objetivos de la Revolución Mexicana, el abogado y político carrancista Luis Cabrera señaló dos tesis fundamentales sobre los orígenes de la protesta armada que podrían haber prefigurado nuestra  muy modesta contribución a la teoría de la justicia que John Rawls propuso en 1971:
--“Los problemas políticos  no pueden resolverse en forma democrática pura mientras subsista nuestra desigualdad social y económica”.
--“Que no puede haber libertad política sin igualdad económica y social; pero que no puede haber bienestar económico y social sin libertades”.
3.- Y ahora mismo la política mexicana, de manera atrabancada pero con decisión, ha fijado el interés por consolidar un acuerdo entre extremos en la alianza PAN-PRD --el conservadurismo y el neopopulismo radical-- más allá de algún compromiso histórico que puede tener punto de referencia en el de Italia entre el Partido Comunista y el Partido Demócrata Cristiano. Con menos puntilla que Norberto Bobbio con su liberalsocialismo como punto de encuentro entre dos ideologías excluyentes --una especie de oxímoron--, la alianza PAN-PRD no ha sido analizada en términos de propuesta de doctrina política, más allá del oportunismo electoral.
4.- Y el esfuerzo teórico para revalidar el papel de la filosofía como espacio de interpretación de la realidad, pero saliéndose de los cartabones de la filosofía anglosajona y rescatando la lectura de los clásicos recientes de la filosofía francesa que ha hecho Cesáreo Morales en sus dos libros: Fractal: pensadores del acontecimiento y ¿Hacia dónde vamos? silencios de la vida amenazada. Y al atraer a los franceses, Morales ha logrado mostrar que hay un mundo más allá del cruce del Río Bravo.
En conclusión, el libro de Cansino ha servido para mirar hacia el interior de la ciencia política que en México nació como instrumento al servicio del poder --élites educadas para el Estado priísta y la disidencia dentro del mismo aparato público-- y para sacudir la modorra de un satélite epistemológico de centrismo estadunidense. La misma revisión exhaustiva de autores y obra que hace Cansino en su libro refieren, dialécticamente, que la ciencia política está viva, se rebela contra sí misma y abre sus propios espacios inédito ya conocidos pero que exigen nuevas formas de abordar el saber, el conocimiento y la teoría.
Por eso podemos concluir que la ciencia política no estaba muerta sino que andaba de parranda cuantitativa.



Apéndice 1.
 En su ensayo El concepto de “lo político”, el alemán Carl Schmitt explica en un modelo geométrico su profunda lectura del Leviatán, sobre todo en la parte religiosa que aborda filosóficamente Hobbes. Le llama, y así se hizo famoso, el cristal de Hobbes (45).  Sin el rigor de Schmitt --su modelo “es el fruto de una búsqueda que duró toda mi vida”--, a partir del esquema geométrico de Schmitt sobre la religión en el Leviatán podría aquí aventurarse la construcción del cristal de Cansino sobre el nuevo modelo de reflexión política que propone en La muerte de la ciencia política a partir del modelo geométrico sobre Hobbes.


 

La interrelación fundamental del hexágono tiene dos vértices: la ciencia política y las ideas políticas, los dos extremos polares de los métodos cuantitativo y cualitativo que envuelven lo que es el núcleo de la ciencia política: la polis. Del lado izquierdo se localizan los tres temas centrales de la ciencia-idea política: la democracia, el Estado y la ciudadanía. Del lado derecho se localizan las tres propuestas centrales de Cansino: la filosofía, la transdisciplinariedad o relación de la política con otras disciplinas y la historia recuperada del pensamiento político. En el espacio interno, donde se cruzan directos e interrelacionadamente los seis cubículos de ambos enfoques generales se encuentra la polis la realidad social como escenario del estudio de la política.



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Vargas Llosa, Mario (2001), El lenguaje de la pasión, editorial Aguilar.

(*) Licenciado en periodismo, cursa maestría en ciencias políticas en la BUAP, periodista, columnista político en El Financiero. Sus últimos libros: Joseph-Marie Córdoba Montoya, el asesor incómodo, El regreso del PRI (y de Carlos Salinas de Gortari), Obama y La comuna de Oaxaca.
Texto presentado en el “III Coloquio Internacional de Filosofía Política Contemporánea: La muerte de la ciencia Política”, realizado en Puebla el 3 y 4 de noviembre de 2010.

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domingo, 3 de octubre de 2010

El oficio (literario de Kafka) 3-octubre-2010, Domingo.

Domingo 3 de octubre, 2010


Revueltas: el lacerante sortilegio


La figura de Revueltas siempre me ha fascinado. No lo conocí personalmente… Bueno, no lo conocí como yo lo hubiera deseado. Lo vi apenas un rato: acababa de salir de la cárcel y en 1971 acudió a una charla en el auditorio de la Universidad Iberoamericana, en su plantel de Churubusco. Yo estudiaba entonces la carrera de administración de empresas, pero le dedicaba más tiempo a la literatura y al periodismo como afición. Por eso estuve presente ese día. Llegue con tiempo de anticipación para encontrar un buen lugar a la mitad. El auditorio era medio extraño: estaba ubicado en el fondo, a donde se bajaba una larga escalera, como si se descendiera a los infiernos. Revueltas llegó, bajo él, su barba de piocha al estilo Ho Chi Minh, caminaba lentamente en medio de un aplauso largo. No recuerdo el tema de la conferencia.
Ya me había metido a fondo en su obra. Por ese tiempo había comenzado con Los muros de agua y luego, de inmediato, con El luto humano. Era, para mí, una prosa sórdida, dura, casi a bofetadas. Años después escribí dos cuentos que tenían el aliento de Revueltas. En 1972 abandone la carrera y decidí entrar al periodismo. Estuve un año en El Heraldo de México y en 1975 logré una plaza en el periódico El Día, dirigido por Enrique Ramírez y Ramírez, sin ningún parentesco. En abril de 1976 me tocó cubrir la muerte de Revueltas y el sepelio. La nota que entregué fue recortada porque, ciertamente, era una provocación. Recordaba yo en el texto que entregué al subdirector del periódico el incidente que lo obligó a retirar Los días terrenales de circulación: la severa crítica de Enrique Ramírez y Ramírez y Antonio Rodríguez. No repelé.
Estuve en el sepelio en el panteón francés. De ahí hilé algunos recuerdos, al que le añado algunas estampas del escritor. Desde hace años me da vueltas por la cabeza una novela con Revueltas como eje, pero no será cosa fácil. De todos modos dejo estos apuntes para recordarle a la izquierda la historia de la izquierda.

*


El cortejo había llegado al panteón en Viaducto Piedad. El féretro con los restos de José Revueltas había estado, momentos antes, en un auditorio de Ciudad Universitaria para recibir el homenaje de los estudiantes. En el panteón se notaba el ambiente de tensión. El Partido Comunista Mexicano, en ese abril de 1976, tenía la condición de semi clandestino y sus dirigentes padecían órdenes de aprehensión.
No muy lejos de la tumba de Revueltas, escondido detrás de una lápida y oculto por las ramas de un árbol, Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del PCM, miraba con tristeza. No podía acercarse porque el lugar hervía de agentes de la Federal de Seguridad, la temible policía política de la Secretaría de Gobernación.
El momento culminante llegó cuando el secretario de Educación Pública, Víctor Bravo Ahúja, quiso decir un discurso de reconocimiento a Revueltas pero fue interrumpido violentamente por Martín Dozal, dirigente estudiantil y compañero de celda de Revueltas. Dozal calló al funcionario.
En ese momento arribó al panteón un auto lujoso. En el asiento de atrás venía otro personaje de la política disidente: Manuel Marcué Pardiñas, director de la revista Política en los sesenta que había confrontado a Díaz Ordaz y abierto la información sobre la revolución cubana. Sólo que ahora Marcué llegaba en auto oficial, con chofer, sentado cómodamente en el asiento trasero y con algunos guardias de seguridad a su lado. Marcué, el gran amigo de Revueltas, era asesor político del candidato del PRI a la presidencia de la república, José López Portillo.
Su presencia causó indignación. Varios jóvenes se lanzaron sobre el auto y comenzaron a tratar de voltearlo. El momento fue de tensión. Marcué, pálido, salió huyendo del lugar. Lejos de la tumba, Martínez Verdugo bajaba la cabeza.
Revueltas era inhumado en medio de mensajes contradictorios: muerto sin reivindicación comunista y reconocido sólo como escritor, el PCM oculto para evitar arrestos, un funcionario de la presidencia tratando de aprovecharse del homenaje y un viejo militante subido a los autos de la revolución mexicana propiedad del PRI.


*

Preso en la cárcel de Lecumberri por haber apoyado al movimiento estudiantil del 68, el escritor José Revueltas escribió una carta el 6 de abril de 1971 a propósito de la aprehensión del escritor cubano Heberto Padilla. Y hasta su celda acudió X, un amigo, para reclamarle la firma de un desplegado de protesta.
--¡Pero tú! ¿Firmar tú una declaración contra Cuba? ¡Tú, Revueltas! De quien menos se esperaba eso.
Era, le había remarcado el amigo, darle “armas al enemigo”.
Víctima él mismo de la intolerancia ideológica de la izquierda comunista mexicana cuando se vio obligado en 1949 a retirar de circulación su novela Los días terrenales porque exaltaba el pesimismo reaccionario, Revueltas anotó en su carta:
--¡Dios mío! ¿Cuándo se entenderá que quien proporciona armas al enemigo es aquel que da lugar a la crítica y no la crítica misma?
Angustiado, Revueltas quería saber más. Como uno de los pensadores marxistas más profundos, Revueltas había oscilado entre el dogmatismo y la protesta. “No saben cómo me hace sufrir esta situación”, agregaba en la carta, “y la terrible necesidad de asumirla, llegado el caso, e intervenir de todos modos”.
La izquierda comenzaba a cargar el fardo de Cuba y Castro.


*

La historia de Revueltas había sido la historia de las oscilaciones del comunismo mexicano, la única izquierda oficialmente reconocida. Preso como militante del Socorro Rojo Internacional, reo en las Islas Marías a pesar de su condición de menor de edad, su periodo de dogmatismo fue cumplido con creces. Pero en 1949 publicó su novela Los días terrenales, donde el ambiente del mundo comunista mexicano sudaba pesimismo.
Revueltas fue víctima del dogmatismo. Varios intelectuales lo atacaron por salirse del guión optimista estaliniano. Revueltas se aguantó. Escribió una larga carta de aceptación de culpas, dio la razón a sus detractores y decidió retirar la novela de circulación.
Sin embargo…
Quince años después volvió a las andadas. Con una pluma aún más pesimista, Revueltas escribió Los errores, de nuevo el mundo comunista adverso. De nuevo la condena.
El escritor habría de pagar su sentido crítico. En 1943 fue expulsado del Partido Comunista por severas críticas a la línea de la organización. Poco le duró el gusto. Años después ajustaría cuentas con Los días terrenales en 1949. Luego de una larga carta de autocrítica, Revueltas solicitó su reingreso al PCM en 1955. Había pasado por otras organizaciones, entre ellas el Partido Popular de Vicente Lombardo Toledano, pero rompió con él cuando el PP se acercó al gobierno priísta. Aceptado en el PCM, volvió al conflicto existencial de su comunismo. De nuevo fue expulsado del partido en 1960. En 1964 publicó Los errores.


*

Dentro y fuera del partido, Revueltas fue un severo crítico del PCM, de su burocracia, de su subordinación a Moscú, de su alejamiento de la clase obrera. En 1962, entre su última expulsión y Los errores, publicó un libro que le cerró las puertas del partido para siempre: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza. La tesis: “la inexistencia histórica del partido de la clase obrera en México”.
Pero no era un ensayo amargo, sí pesimista. Tenía razonamientos marxistas: “la tesis de la enajenación histórica del proletariado mexicano y su falta de independencia de clase, por un lado; y, por el otro, la descripción de los mecanismos ideológicos que producen la enajenación tanto por parte de la burguesía como de las ideologías seudoproletarias”. Para Revueltas, la “conciencia organizada es el partido proletario de clase”.
Y luego de hacer un análisis de la fundación y desarrollo del PCM, Revueltas llegaba a la conclusión de que “no existe todavía una vanguardia política de la clase obrera”. Su análisis sobre el PCM fue implacable: “un estalinismo chichimeca, bárbaro, donde el <culto a la personalidad> se convierte en el culto a Huitzilopoztli y en los sacrificios humanos que se le ofrendan periódicamente con la expulsión y liquidación política de los mejores cuadros y militantes, cada vez que esto se hace necesario cuando los sombríos tlatoanis y tlacatecuhtlis dentro del PCM se sienten en peligro de ser barridos por la crítica justa”.


*

Revueltas tuvo un largo periodo de reflexión sobre la izquierda y siempre concluyó en la necesidad del partido de la izquierda. Pero no como burocracia sino como un compromiso de clase, como la vanguardia de la clase obrera. De 1940 a 1968, Revueltas escribió una veintena de textos sobre la crisis en el partido y la urgencia de reorganizarlo. Los textos, recogidos en los tres tomos de Escritos políticos, revelan una preocupación por poner al partido al servicio de la clase obrera y no por encima y al mando de una burocracia.
Las ideas de Revueltas no se agotaban en la estructura burocrática sino que trataban de vincular al partido con la realidad mexicana y la disputa ideológica. Severo crítico del nacionalismo priísta al que calificaba de burgués, Revueltas pugnaba por el socialismo democrático. Durante años advirtió del peligro del lombardismo, una posición ideológica oportunista que tendía a disminuir el carácter de clase explotadora del régimen priísta y propiciaba alianza en función de intereses superiores.
En México: una democracia bárbara, Revueltas fundamentó las razones de la propuesta comunista. Se trataba de cambiar la naturaleza del régimen priísta. Por tanto, el debate sobre el Partido Comunista tenía que atender a las condiciones de la lucha de clases, no sólo de conquistas electorales. La única forma de modificar la correlación productiva era el ascenso de la clase obrera al poder: “la única clase llamada a hacerle al <gobierno revolucionario> una concurrencia política es aquélla que también viene a ser la única que puede hacerle concurrencia económica a las clases poseyentes que el gobierno y su partido de Estado representan”.
Para Revueltas, los cambios políticos de fondo venían no de decisiones parlamentarias sino del modo de producción y como consecuencia de una lucha entre empresarios y trabajadores. Por tanto, la lucha de un partido de la clase obrera no debería darse en la cúpula sino en la organización de los trabajadores para influir en el modo de producción.
Por tanto, el verdadero partido de izquierda era el que respondía a la conciencia de clase de los obreros.


*

Después de Los errores de 1964, Revueltas se encontró de frente con el movimiento estudiantil del 68. Era maestro. Pero se metió de lleno como militante: boteaba dinero, escribía panfletos, razonaba propuestas de vanguardia, reorientaba parte de la lucha. Detenido poco después del tlatelolcazo del 2 de octubre del 68, fue presentado como ideólogo del movimiento y jefe máximo de la protesta juvenil. Con humor, Revueltas asumió los cargos. Estuvo preso varios años y salió amnistiado por Echeverría en 1971.
Pero Revueltas no fue un romántico. Le entró al movimiento estudiantil porque percibió la posibilidad de movilizar a los estudiantes a reformas de fondo: la autogesión universitaria. Dijo en una entrevista:
“Yo parto de la siguiente premisa: el movimiento estudiantil de 1968 no es un proceso aislado históricamente sino que tiene sus raíces en la falta de independencia de la clase obrera y en la represión del 58, diez años antes, de la huelga ferrocarrilera. Eso terminó por mediatizar en absoluto a la clase obrera y por invalidarla. Pero como la historia se venga siempre de las contrariedades que sufre, caminó, digamos, por debajo de los acontecimientos hasta estallar este sentido de independencia en el seno de la pequeña burguesía intelectual que son los estudiantes”.
Para Revueltas, el movimiento estudiantil era el preludio de una verdadera reforma del conocimiento: rescatar no sólo la universidad sino los programas de estudio. Su propuesta de autogestión académica iba a llevar a la democracia cognoscitiva “como instrumento de lucha por la libertad y como la libertad misma del futuro”. Buscaba “superar el viejo concepto mecanicista de la universidad como reflejo casual de las estructuras de clase”.
Pero iba más allá: la universidad como la institución para construir la conciencia organizada. “Para el quebrantado movimiento marxista y para la perspectiva de su superación mediante la creación de los primeros organismos de la conciencia organizada de la clase obrera, al calor de la autogestión y de la democracia cognoscitiva, este proceso (el movimiento estudiantil) ofrece una de las coyunturas más formidables que jamás se hubiesen presentado para convertirse en una realidad histórica”.
En su alegato de defensa ante el juez, el 21 de septiembre de 1970, Revueltas fijó el efecto del movimiento estudiantil en las luchas obreras: “1968 es el inicio, por la juventud de México, del proceso desenajenante que dará al país una historia real, por primera vez (…) El movimiento de 1968 habla un lenguaje proletario en virtud de una razón histórica (…) (Ante la represión), todos los sectores sociales que quieren sacudirse la opresión del monopolio político ven en la clase obrera la clase de vanguardia y le piden encabezar sus luchas., Por eso el movimiento estudiantil de 1968 salió a la búsqueda de la clase obrera (…)”.
Y más adelante:
“Pero la juventud de 1968 ha visto con  mayor claridad el problema; antes que socializar los instrumentos de producción se necesita acabar con los instrumentos de opresión (…) Por eso la juventud busca la dirección del proletariado y de un nuevo partido de vanguardia., Necesita de ese partido, quiere un socialismo con libertad, un socialismo con rostro humano”.


*

Para Revueltas, en México: una democracia bárbara, la única oposición capaz de modificar las estructuras políticas y de clase era la “oposición de izquierda”. Pero de una izquierda de la clase obrera para cambiar estructuras, no sólo para acceder al poder político. De una “izquierda revolucionaria” que representa la “concurrencia económica” capaz de enfrentar la “concurrencia política” del priísmo en el poder.
En su prólogo fechado en 1958, Revueltas concluyó la responsabilidad de la izquierda:
“La organización, la transformación de la izquierda revolucionaria en este partido marxista-leninista tendrá la virtud de neutralizar, primero, para anular después, la política oportunista, y creará las premisas para que la clase obrera altere la correlación de fuerzas sociales y se coloque, seguida por los campesinos y otros sectores aliados, a la cabeza de todo el movimiento democrático en la lucha por la liberación nacional”.
Así, Revueltas siempre relacionó la izquierda con un partido, a este como representante de la clase obrera y a ésta como el instrumento de cambio revolucionario en la sociedad.

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