domingo, 3 de octubre de 2010

El oficio (literario de Kafka) 3-octubre-2010, Domingo.

Domingo 3 de octubre, 2010


Revueltas: el lacerante sortilegio


La figura de Revueltas siempre me ha fascinado. No lo conocí personalmente… Bueno, no lo conocí como yo lo hubiera deseado. Lo vi apenas un rato: acababa de salir de la cárcel y en 1971 acudió a una charla en el auditorio de la Universidad Iberoamericana, en su plantel de Churubusco. Yo estudiaba entonces la carrera de administración de empresas, pero le dedicaba más tiempo a la literatura y al periodismo como afición. Por eso estuve presente ese día. Llegue con tiempo de anticipación para encontrar un buen lugar a la mitad. El auditorio era medio extraño: estaba ubicado en el fondo, a donde se bajaba una larga escalera, como si se descendiera a los infiernos. Revueltas llegó, bajo él, su barba de piocha al estilo Ho Chi Minh, caminaba lentamente en medio de un aplauso largo. No recuerdo el tema de la conferencia.
Ya me había metido a fondo en su obra. Por ese tiempo había comenzado con Los muros de agua y luego, de inmediato, con El luto humano. Era, para mí, una prosa sórdida, dura, casi a bofetadas. Años después escribí dos cuentos que tenían el aliento de Revueltas. En 1972 abandone la carrera y decidí entrar al periodismo. Estuve un año en El Heraldo de México y en 1975 logré una plaza en el periódico El Día, dirigido por Enrique Ramírez y Ramírez, sin ningún parentesco. En abril de 1976 me tocó cubrir la muerte de Revueltas y el sepelio. La nota que entregué fue recortada porque, ciertamente, era una provocación. Recordaba yo en el texto que entregué al subdirector del periódico el incidente que lo obligó a retirar Los días terrenales de circulación: la severa crítica de Enrique Ramírez y Ramírez y Antonio Rodríguez. No repelé.
Estuve en el sepelio en el panteón francés. De ahí hilé algunos recuerdos, al que le añado algunas estampas del escritor. Desde hace años me da vueltas por la cabeza una novela con Revueltas como eje, pero no será cosa fácil. De todos modos dejo estos apuntes para recordarle a la izquierda la historia de la izquierda.

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El cortejo había llegado al panteón en Viaducto Piedad. El féretro con los restos de José Revueltas había estado, momentos antes, en un auditorio de Ciudad Universitaria para recibir el homenaje de los estudiantes. En el panteón se notaba el ambiente de tensión. El Partido Comunista Mexicano, en ese abril de 1976, tenía la condición de semi clandestino y sus dirigentes padecían órdenes de aprehensión.
No muy lejos de la tumba de Revueltas, escondido detrás de una lápida y oculto por las ramas de un árbol, Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del PCM, miraba con tristeza. No podía acercarse porque el lugar hervía de agentes de la Federal de Seguridad, la temible policía política de la Secretaría de Gobernación.
El momento culminante llegó cuando el secretario de Educación Pública, Víctor Bravo Ahúja, quiso decir un discurso de reconocimiento a Revueltas pero fue interrumpido violentamente por Martín Dozal, dirigente estudiantil y compañero de celda de Revueltas. Dozal calló al funcionario.
En ese momento arribó al panteón un auto lujoso. En el asiento de atrás venía otro personaje de la política disidente: Manuel Marcué Pardiñas, director de la revista Política en los sesenta que había confrontado a Díaz Ordaz y abierto la información sobre la revolución cubana. Sólo que ahora Marcué llegaba en auto oficial, con chofer, sentado cómodamente en el asiento trasero y con algunos guardias de seguridad a su lado. Marcué, el gran amigo de Revueltas, era asesor político del candidato del PRI a la presidencia de la república, José López Portillo.
Su presencia causó indignación. Varios jóvenes se lanzaron sobre el auto y comenzaron a tratar de voltearlo. El momento fue de tensión. Marcué, pálido, salió huyendo del lugar. Lejos de la tumba, Martínez Verdugo bajaba la cabeza.
Revueltas era inhumado en medio de mensajes contradictorios: muerto sin reivindicación comunista y reconocido sólo como escritor, el PCM oculto para evitar arrestos, un funcionario de la presidencia tratando de aprovecharse del homenaje y un viejo militante subido a los autos de la revolución mexicana propiedad del PRI.


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Preso en la cárcel de Lecumberri por haber apoyado al movimiento estudiantil del 68, el escritor José Revueltas escribió una carta el 6 de abril de 1971 a propósito de la aprehensión del escritor cubano Heberto Padilla. Y hasta su celda acudió X, un amigo, para reclamarle la firma de un desplegado de protesta.
--¡Pero tú! ¿Firmar tú una declaración contra Cuba? ¡Tú, Revueltas! De quien menos se esperaba eso.
Era, le había remarcado el amigo, darle “armas al enemigo”.
Víctima él mismo de la intolerancia ideológica de la izquierda comunista mexicana cuando se vio obligado en 1949 a retirar de circulación su novela Los días terrenales porque exaltaba el pesimismo reaccionario, Revueltas anotó en su carta:
--¡Dios mío! ¿Cuándo se entenderá que quien proporciona armas al enemigo es aquel que da lugar a la crítica y no la crítica misma?
Angustiado, Revueltas quería saber más. Como uno de los pensadores marxistas más profundos, Revueltas había oscilado entre el dogmatismo y la protesta. “No saben cómo me hace sufrir esta situación”, agregaba en la carta, “y la terrible necesidad de asumirla, llegado el caso, e intervenir de todos modos”.
La izquierda comenzaba a cargar el fardo de Cuba y Castro.


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La historia de Revueltas había sido la historia de las oscilaciones del comunismo mexicano, la única izquierda oficialmente reconocida. Preso como militante del Socorro Rojo Internacional, reo en las Islas Marías a pesar de su condición de menor de edad, su periodo de dogmatismo fue cumplido con creces. Pero en 1949 publicó su novela Los días terrenales, donde el ambiente del mundo comunista mexicano sudaba pesimismo.
Revueltas fue víctima del dogmatismo. Varios intelectuales lo atacaron por salirse del guión optimista estaliniano. Revueltas se aguantó. Escribió una larga carta de aceptación de culpas, dio la razón a sus detractores y decidió retirar la novela de circulación.
Sin embargo…
Quince años después volvió a las andadas. Con una pluma aún más pesimista, Revueltas escribió Los errores, de nuevo el mundo comunista adverso. De nuevo la condena.
El escritor habría de pagar su sentido crítico. En 1943 fue expulsado del Partido Comunista por severas críticas a la línea de la organización. Poco le duró el gusto. Años después ajustaría cuentas con Los días terrenales en 1949. Luego de una larga carta de autocrítica, Revueltas solicitó su reingreso al PCM en 1955. Había pasado por otras organizaciones, entre ellas el Partido Popular de Vicente Lombardo Toledano, pero rompió con él cuando el PP se acercó al gobierno priísta. Aceptado en el PCM, volvió al conflicto existencial de su comunismo. De nuevo fue expulsado del partido en 1960. En 1964 publicó Los errores.


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Dentro y fuera del partido, Revueltas fue un severo crítico del PCM, de su burocracia, de su subordinación a Moscú, de su alejamiento de la clase obrera. En 1962, entre su última expulsión y Los errores, publicó un libro que le cerró las puertas del partido para siempre: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza. La tesis: “la inexistencia histórica del partido de la clase obrera en México”.
Pero no era un ensayo amargo, sí pesimista. Tenía razonamientos marxistas: “la tesis de la enajenación histórica del proletariado mexicano y su falta de independencia de clase, por un lado; y, por el otro, la descripción de los mecanismos ideológicos que producen la enajenación tanto por parte de la burguesía como de las ideologías seudoproletarias”. Para Revueltas, la “conciencia organizada es el partido proletario de clase”.
Y luego de hacer un análisis de la fundación y desarrollo del PCM, Revueltas llegaba a la conclusión de que “no existe todavía una vanguardia política de la clase obrera”. Su análisis sobre el PCM fue implacable: “un estalinismo chichimeca, bárbaro, donde el <culto a la personalidad> se convierte en el culto a Huitzilopoztli y en los sacrificios humanos que se le ofrendan periódicamente con la expulsión y liquidación política de los mejores cuadros y militantes, cada vez que esto se hace necesario cuando los sombríos tlatoanis y tlacatecuhtlis dentro del PCM se sienten en peligro de ser barridos por la crítica justa”.


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Revueltas tuvo un largo periodo de reflexión sobre la izquierda y siempre concluyó en la necesidad del partido de la izquierda. Pero no como burocracia sino como un compromiso de clase, como la vanguardia de la clase obrera. De 1940 a 1968, Revueltas escribió una veintena de textos sobre la crisis en el partido y la urgencia de reorganizarlo. Los textos, recogidos en los tres tomos de Escritos políticos, revelan una preocupación por poner al partido al servicio de la clase obrera y no por encima y al mando de una burocracia.
Las ideas de Revueltas no se agotaban en la estructura burocrática sino que trataban de vincular al partido con la realidad mexicana y la disputa ideológica. Severo crítico del nacionalismo priísta al que calificaba de burgués, Revueltas pugnaba por el socialismo democrático. Durante años advirtió del peligro del lombardismo, una posición ideológica oportunista que tendía a disminuir el carácter de clase explotadora del régimen priísta y propiciaba alianza en función de intereses superiores.
En México: una democracia bárbara, Revueltas fundamentó las razones de la propuesta comunista. Se trataba de cambiar la naturaleza del régimen priísta. Por tanto, el debate sobre el Partido Comunista tenía que atender a las condiciones de la lucha de clases, no sólo de conquistas electorales. La única forma de modificar la correlación productiva era el ascenso de la clase obrera al poder: “la única clase llamada a hacerle al <gobierno revolucionario> una concurrencia política es aquélla que también viene a ser la única que puede hacerle concurrencia económica a las clases poseyentes que el gobierno y su partido de Estado representan”.
Para Revueltas, los cambios políticos de fondo venían no de decisiones parlamentarias sino del modo de producción y como consecuencia de una lucha entre empresarios y trabajadores. Por tanto, la lucha de un partido de la clase obrera no debería darse en la cúpula sino en la organización de los trabajadores para influir en el modo de producción.
Por tanto, el verdadero partido de izquierda era el que respondía a la conciencia de clase de los obreros.


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Después de Los errores de 1964, Revueltas se encontró de frente con el movimiento estudiantil del 68. Era maestro. Pero se metió de lleno como militante: boteaba dinero, escribía panfletos, razonaba propuestas de vanguardia, reorientaba parte de la lucha. Detenido poco después del tlatelolcazo del 2 de octubre del 68, fue presentado como ideólogo del movimiento y jefe máximo de la protesta juvenil. Con humor, Revueltas asumió los cargos. Estuvo preso varios años y salió amnistiado por Echeverría en 1971.
Pero Revueltas no fue un romántico. Le entró al movimiento estudiantil porque percibió la posibilidad de movilizar a los estudiantes a reformas de fondo: la autogesión universitaria. Dijo en una entrevista:
“Yo parto de la siguiente premisa: el movimiento estudiantil de 1968 no es un proceso aislado históricamente sino que tiene sus raíces en la falta de independencia de la clase obrera y en la represión del 58, diez años antes, de la huelga ferrocarrilera. Eso terminó por mediatizar en absoluto a la clase obrera y por invalidarla. Pero como la historia se venga siempre de las contrariedades que sufre, caminó, digamos, por debajo de los acontecimientos hasta estallar este sentido de independencia en el seno de la pequeña burguesía intelectual que son los estudiantes”.
Para Revueltas, el movimiento estudiantil era el preludio de una verdadera reforma del conocimiento: rescatar no sólo la universidad sino los programas de estudio. Su propuesta de autogestión académica iba a llevar a la democracia cognoscitiva “como instrumento de lucha por la libertad y como la libertad misma del futuro”. Buscaba “superar el viejo concepto mecanicista de la universidad como reflejo casual de las estructuras de clase”.
Pero iba más allá: la universidad como la institución para construir la conciencia organizada. “Para el quebrantado movimiento marxista y para la perspectiva de su superación mediante la creación de los primeros organismos de la conciencia organizada de la clase obrera, al calor de la autogestión y de la democracia cognoscitiva, este proceso (el movimiento estudiantil) ofrece una de las coyunturas más formidables que jamás se hubiesen presentado para convertirse en una realidad histórica”.
En su alegato de defensa ante el juez, el 21 de septiembre de 1970, Revueltas fijó el efecto del movimiento estudiantil en las luchas obreras: “1968 es el inicio, por la juventud de México, del proceso desenajenante que dará al país una historia real, por primera vez (…) El movimiento de 1968 habla un lenguaje proletario en virtud de una razón histórica (…) (Ante la represión), todos los sectores sociales que quieren sacudirse la opresión del monopolio político ven en la clase obrera la clase de vanguardia y le piden encabezar sus luchas., Por eso el movimiento estudiantil de 1968 salió a la búsqueda de la clase obrera (…)”.
Y más adelante:
“Pero la juventud de 1968 ha visto con  mayor claridad el problema; antes que socializar los instrumentos de producción se necesita acabar con los instrumentos de opresión (…) Por eso la juventud busca la dirección del proletariado y de un nuevo partido de vanguardia., Necesita de ese partido, quiere un socialismo con libertad, un socialismo con rostro humano”.


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Para Revueltas, en México: una democracia bárbara, la única oposición capaz de modificar las estructuras políticas y de clase era la “oposición de izquierda”. Pero de una izquierda de la clase obrera para cambiar estructuras, no sólo para acceder al poder político. De una “izquierda revolucionaria” que representa la “concurrencia económica” capaz de enfrentar la “concurrencia política” del priísmo en el poder.
En su prólogo fechado en 1958, Revueltas concluyó la responsabilidad de la izquierda:
“La organización, la transformación de la izquierda revolucionaria en este partido marxista-leninista tendrá la virtud de neutralizar, primero, para anular después, la política oportunista, y creará las premisas para que la clase obrera altere la correlación de fuerzas sociales y se coloque, seguida por los campesinos y otros sectores aliados, a la cabeza de todo el movimiento democrático en la lucha por la liberación nacional”.
Así, Revueltas siempre relacionó la izquierda con un partido, a este como representante de la clase obrera y a ésta como el instrumento de cambio revolucionario en la sociedad.

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