sábado, 21 de agosto de 2010

El oficio (literario) de Kafka 21-agosto-2010.

Sábado 21 de agosto, 2010.

El suplemento Babelia, de El País, trae un recordatorio del cuento, un género literario generoso pero a veces olvidado. En estos días he regresado a la lectura de cuentos, un poco por razones inexplicables y otro poco por motivos impenetrables. Bueno, en realidad existe una cuestión concreta y secreta, como debe de ser. Hace un par de semanas mi amigo René Avilés Fabila me dejó colarme en una colección de libros de cuentos que publica en convenio con el Instituto Politécnico Nacional. Y digo que me dejó colar porque me platicó del proyecto y yo le dije que quería participar. Así que estas dos semanas he estado revisando, depurando y corriendo cuentos. Y aunque no publicó como escritor, de todos modos descubrí que tengo una buena colección de relatos largos. Comencé a escribirlos hace muchos años, cuando trabajaba en la revista Proceso y con la motivación de mi amigo el poeta Marco Antonio Campos. Y luego, en el grupo que llamamos El Mollete Literario, me metí más al relato corto. En otra ocasión voy a contar sobre El Mollete. Sólo adelanto lo que tiene que ver con los cuentos. Era un grupo de periodistas que los jueves terminábamos los jueves la edición de Proceso y, convocados por Vicente Leñero, nos íbamos a cenar al Vips de Insurgentes y Félix Cuevas. Las únicas reglas eran los molletes como platillo obligado y hablar de literatura, no de periodismo ni de política. Y ahí Leñero era el maestro. Por ejemplo, recuerdo muy bien que en una de esas reuniones contó su descubrimiento de John Updike y su novela Corre Conejo y corrí a comprarla y a leer todo Updike. Yo hablaba de mi pasión por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Recuerdo también que ahí el poeta David Huerta me habló largo de Paul Nizan, compañero de Sartre y me leí toda su obra.

Mis primeros cuentos me los publicó Marco Antonio Campos, un notable estimulador de jóvenes escritores. Era director de algo en la UNAM y tenía presupuesto para jóvenes. Aunque ya tenía yo 30 años, nos considerábamos “jóvenes escritores”. Algunos cuentos los publicó Marco en colecciones anuales de escritores… noveles. En El Mollete ocurrió otra oportunidad. A las cenas iba Federico Campbell, entonces a cargo de una editorial marginal de ediciones pequeñas de autor, llamadas plaquetes: eran como folletos, de un cuarto de carta, color amarillo y cada autor pagaba, de pocas páginas. Leñero tuvo la idea de que ahí pudiéramos publicar cuentos y crónicas y cada quien daría una cuota mensual para financiar la edición. Yo me apunté y ocurrió que luego nadie le entró. Eso sí, todos pagaron y pude sacar mi primer pequeño libro formal: Fotos de Rebeca. Y así comencé. Luego la UAM me publicó un cuento largo, aunque en una edición espantosa y empastelada, es decir, se les enredaron las páginas y el cuento perdió la coherencia. Pero como ya estaba casi terminada la edición, se me ocurrió hacer una especie de guía de lectura siguiendo más o menos la guía de Julio Cortázar en Rayuela. Confiado esperé que el desorden de las páginas publicadas pudiera tener la suerte de Pedro Páramo, cuando su libro sufrió recortes --creo que sugeridos por Arreola, pero voy a confirmar el dato-- y quedó, en una primera lectura, bastante flaco y medio incoherente. Pero a la larga, se convirtió en una obra maestra.

Bueno, pues así siguieron cuentos. Luego David Huerta, como director de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, me pidió un cuento para publicarlo. A lo largo de más de treinta años he seguido escribiendo cuentos sin publicarlos. Algunos se me perdieron. Uno de ellos me había gustado mucho pero se extravió en mis cambios de computadora: El espejo de Guadalupe Pineda. Confío en que pronto haga yo una depuración de archivos y ahí aparezca. Y recientemente me puse a escribir viñetas políticas de mi vida profesional como columnista y creo que ahí hay un volumen que pienso llamas Historias del poder. También escribí otros sin motivación alguna. Con el internet he comenzado un suplemento llamado justamente El Mollete Literario y ahí voy a publicar mis cuentos. Ya hay uno: La memoria de JEP, escrito al calor de los 70 años del poeta. Pero no sólo por la celebración del calendario sino porque me tocó en Proceso alguna relación profesional con José Emilio. Yo era reportero político con tentaciones literarias y escribía notas de libros en la revista. En uno de ellos José Emilio me invitó para darle a su celebración un perfil también político. El evento fue en Bellas Artes. Y mi texto, que se perdió entre los papeles aunque pude rescatarlo después para publicarlo en El Financiero, fue de humor político, burlón, y recuerdo que todos estaban botados de risa. Yo salí de Proceso en 1983 y dejé de ver a José Emilio. Por eso me dio gusto en el 2009 encontrármelo en un desayuno con Consuelo Saizar preparando el homenaje de 70 años. Me acerqué a saludar a Consuelo y le dije al poeta: “José Emilio, soy Carlos Ramírez, no sé si te acuerdes de…” No pude Terminar. José Emilio, ayudado con un bastón, se levantó.

--Claro, Carlos. Mi homenaje. Tu texto causó muchas risas.

Habían pasado casi Treinta años, pero pude confirmar una de las virtudes de José Emilio: su memoria prodigiosa. Al llegar a mi oficina reviví la anécdota y entonces comenzaron los resortes de la literatura, la memoria, la memoria, la memoria. Yo acaba de leer el cuento La memoria de Shakespeare, de Jorge Luis Borges, y las piezas se acomodaron. Ahí nació el cuento de La memoria de Shakespeare.

El asunto, pues, radica en los cuentos. Por eso el tema de Babelia me motivó aún más. En las páginas aparecen, como es obvio, algunos de los cuentos más importantes. De toda la lista quise releer a tres: Antón Chejov, Henry James y una cuentista de la cual había leído sólo un cuento: Katherine Mansfield. Del primero compré La señora y el perrito y otros cuentos, del segundo Relatos y de la tercera pude conseguir Cuentos completos, suficiente como para una semana.

Estoy preparando notas para algunos cuentos. Y he retomado mi novela sobre 198t5 que después, pronto, daré algunos adelantos. No es fácil cubrir las pasiones literarias con las pasiones político-periodísticas, pero con esfuerzo se logra. El asunto es de disciplina, de prioridades y de tener una buena distribución del tiempo. De cuentistas mexicanos han muchas antologías --antes tenía tiempo para hacer seguimiento de obras por autores--, pero mi preferida sigue siendo la de Emmanuel Carballo El cuento mexicano siglo XX, publicado a mediados de los sesenta. Por cierto, en un texto de revisión de nuevos escritores Carballo se refirió a un cuento mío publicado en la UNAM y no me fue tan mal. Así que mi libro con René Avilés Fabila fue, cierto, una imprudencia, pero la misma audacia que siempre he tenido para publicar.

Para mí, el cuento es como la columna política: el ensayo breve, bien escrito, mejor razonado y con un final que deja los tiempos abiertos.

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