miércoles, 25 de agosto de 2010

Capote

Miércoles 25 de agosto, 2006 ( madrugada).

Parece que fue ayer. Hace veintiséis años murió Truman Capote, escritor norteamericano lamentablemente más conocido por sus escándalos en la sociedad neoyorkina que por sus escritos que crearon estilos. Anoche encontré la noticia en un diario de internet y comencé unas notas. Hoy es de madrugada y retomo la intención. ,¿Dónde estaba yo en agosto de 1984? Buscando empleo. Acaba de renunciar a la revista Proceso. Y fue justamente en las redacciones donde comencé a leer a Capote. Si mal no recuerdo, fue a comienzos de los setenta, cuando era redactor de El Heraldo de México y tenía mucho tiempo libre entre nota y nota y recuerdo cuando menos a tres tipos de lectura: la José Agustín, Gustavo Sainz y René Avilés, la de José Revueltas, la de Jean-Paul Sartre y la de Capote. Eran lecturas desordenadas pero en ese desorden estaba la satisfacción de la misma lectura.

Creo que lo primero que leí de Capote fue A sangre fría. Y debo confesar que la primera lectura me pareció un comienzo aburrido. Claro, en comparación con las otras no había mucho que atender. Luego leí notas que hablaban del estilo de “novela de no ficción” y volví a ella y ya me gustó. Inclusive, seguí de cerca la polémica de Capote con Norman Mailer justamente alrededor de las “novelas de la realidad” o la “literatura del realismo”. Había conseguido la primera edición de Grijalbo de 1968 sobre un ejemplo de ese periodismo diferente --hoy, ya más documentado, diría que periodismo medio Gonzo--: Los ejércitos de la noche, una crónica en primera persona, peor aún: el autor como eje de la historia --de ahí lo de Gonzo, en reconocimiento a los textos posteriores del Dr. (en ciencias ocultas) Hunter S. Thompson, cuyos primeros escritos se publicaron al comenzar los setenta--. Ahí estaba el otro estilo. Por razones de oficio --yo periodista en ciernes--, me metí a fondo a esa propuesta y resultó ser la del “nuevo periodismo norteamericano”, aunque en México había comenzado desde principios de siglo con El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán y en América Latina a mediados del siglo XX con el argentino Rodolfo Walsh.

Bueno, una larga introducción a Capote. De su obra disfrute mucho el rigor de sus cuentos, su estilo de la palabra exacta, sus giros de modismos, las frases como dardos. Debo confesar que Desayuno en Tiffany´s no me gusto, quizá porque vi primero la película. Disfruté, leí y releí sus crónicas de Los perros ladran. Pero sobre todos ellos, su último libro Música para camaleones se convirtió --sobre todo los cuentos e historias de la primera parte y el relato largo de la segunda, no tanto las conversaciones y retratos-- en mi libro de cabecera. El prólogo del libro fue toda una lección de periodismo y una lección de literatura. Ya era el Capote burlón, irónico hasta en la sopa. Irreverente consigo mismo, ciertamente no caricaturesco. Capote tenía un ansia de centralidad sicológica, pero al mismo tiempo una urgencia de reafirmación cotidiana. Así era él y no habría que juzgarlo. Al revisar mi biblioteca me encontré que tengo la primera edición que publicó editorial Bruguera, en su colección Narradores de Hoy, de 1981. A este libro he regresado con frecuencia para recordar a Capote.

El prólogo es, por así decirlo, otro cuento. Ahí recuerda con ironía sus rencillas con Mailer. Como se sabe. Mailer criticó duramente A sangre fría por su hibridez entre la literatura y el periodismo. La característica entonces del nuevo periodismo --definida por Tom Wolfe y sobre todo el genial Gay Talese-- radicaba en el uso de las técnicas narrativas de la literatura para describir un hecho periodístico. El ejemplo clásico: la crónica de Wolfe de una reunión de la “izquierda exquisita” en casa del músico Leonard Bernstein y la crónica de Talese cuando fue a entrevistar a Frank Sinatra. Lo encontró enfermo de gripe y se dedicó a reconstruir como literatura esa velada. Obvio, Sinatra se enfureció porque Talase captó todos sus malos humores. Mailer desdeñó la novela de no ficción de Capote, pero años después, Mailer incursionó en el mismo estilo en la novela La canción del verdugo, un a reconstrucción periodística pero con las técnicas de la novela del asesino Gary Gilmore. Capote publicó A sangre fría en 1966 y Mailer la suya en 1979. La intención era la misma. Por eso Capote medio se burló de Mailer en el prólogo de Música para camaleones y se presentó casi como maestro de Mailer: ha escrito novelas reales, pero “no importa, es un buen escritor y un tipo estupendo, y me resulta grato haberle prestado algún pequeño servicio”.

Capote era un tipo sin control de sus ironías. Pero fue, al mismo tiempo, un escritor de tiempo completo. En 1948, a la edad de veinticuatro años, publicó su primera novela Otras voces, otros ámbitos. El texto fue extraordinariamente bien recibido, aún a pesar de la edad del autor, algo que en los EU son muy estrictos porque no son muy generosos con los escritores jóvenes. Una de las críticas señaló que “es sorprendente que alguien tan joven pueda escribir tan bien”. La reacción de Capote fue, cómo no, irónica: “¿Sorprendente? ¡Sólo había estado escribiendo días tras día durante catorce años!” Y así era. El estilo de Capote fue producto de una de las reglas del oficio literario, sin duda la fundamental: la práctica de redacción cotidiana. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, dedica más de seis horas diarias a escribir textos como ejercicio para ir desarrollando su estilo. Así que Capote fue hijo de su trabajo de redacción.

En el prólogo de Música para camaleones incluye Capote otra referencia literaria que ha sido poco citada. Recuerdo que años después, ya en Proceso y en alguna reunión de El Mollete Literario, Federico Campbell revivió el entusiasmo sobre esa parte del prólogo: “cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Ya al final de su ciclo de escritor, escribiendo sin publicar y redactando textos que no le dejaban satisfecho --A sangre fría fue su culminación--, Capote recurría a su metáfora del látigo. Lo escribió en las últi9mas líneas del prólogo citado: “entretanto, aquí estoy en mi oscura demencia, absolutamente sólo con mi baraja de naipes, y desde luego, con el látigo que Dios me dio”.

En Música para camaleones incluye Capote un relato --¿cuento, novela corta, reportaje?-- titulado “Ataúdes tallados a mano”. Se trata de un hecho real ocurrido en un pueblo del Centro Oeste: una serie de asesinatos en donde el asesino dejaba justamente pequeños ataúdes tallados a mano. El texto no tiene un final clásico sino enigmático. Recuerdo que el columnista Manuel Buendía se entusiasmó con el relato, recordando el propio Buendía sus años de periodista policiaco en el periódico La Prensa, cuando los reporteros de policía no sólo reportaban hechos de sangre sino que se convertían en detectives para solucionar los crímenes. Nunca supe directamente si Buendía había llegado a la solución de los asesinatos pero tiempo después alguien me dio una versión triangulada: Buendía creía que el asesino era el detective encargado de la investigación. Buendía era un extraordinario lector de temas policiacos, pero nunca escribió nada que no fuera su columna. Recuerdo haber visto en su escritorio la novela El Padrino, apenas llegada a México, y me la recomendó como un relato del poder y el crimen. Hubiera sido genial que Buendía hubiera podido escribir sus lecturas policiacas.

Otra lección de Capote en el prólogo citado fue su explicación de cómo arribó al estilo. Luego de explorar temas, Capote llegó a averiguar “la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y después de ello (el descubrimiento) cayó el látigo!” Y más adelante asienta, a propósito de A sangre fría: “tras escribir centenares de páginas acerca de temas, terminé por desarrollar un estilo”. Capote deja entrever que su relato “Ataúdes tallados a mano” sería algo así como el texto-testamento de su estilo. Habrá que releerlo con esos ojos para llegar a una conclusión propia.

De la vida de Capote hay dos películas: Capote e Infamuos. La primera sería la versión seria y la segunda una oferta irónica, casi caricaturesca. Las dos se centran en la relación de Capote con A sangre fría, su encuentro con el tema y su investigación en Kansas. La primera está basada en el guión de Dan Futterman y la biografía de Gerald Clarke. La segunda tuvo el guión de Douglas McGrath y se basó en el libro-collage de George Plimpton. Y está la película en blanco y negro, sin duda la mejor, de 1967 titulada simplemente A sangre fría, de Richard Brooks. A pesar de este seguimiento, aún no se ha podido captar la esencia de Capote, su personalidad contradictoria e intensa, la influencia de Nueva York en su propia sicología.

Queda el final típico: a Capote no hay que explicarlo sino leerlo. Así de sencillo.

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